1 de mayo de 2014

Por qué no me gusta ir a la Feria del Libro

Entre mis muchas incorrecciones políticas se encuentra esta: no me gusta ir a la Feria del Libro. Cuando era más joven, ingenua e indocumentada sí me gustaba, pero a medida que los años fueron pasando y la feria se fue transformando en el megamonstruo que es hoy, dejó de agradarme. La idea de una feria del libro me parece bien si la entendemos como tal, otro de los tantos negocios de que se abastece el capitalismo. Cada quien sabrá si quiere colaborar con él o no. Por mi parte, ya no. 
Y ahora paso a explicar por qué. En primer lugar, tengo tolerancia cero a la aglomeración humana, especialmente cuando en ella abundan los niños (sobre todo los niños deseducados y maleducados de hoy en día). En segundo lugar, me parece irracional que un ser humano pierda dos o tres horas haciendo cola (¡haciendo cola!) para entrar y que después apenas si pueda desplazarse entre los stands porque es tanta la gente que no hay modo de escapar. ¿Tanta pasión por el libro y la lectura? No me jodan.
La mayor parte de la gente que se aturulla allí no es "gente de libros", por así decirlo. Van para dejar en paz sus conciencias, siguiendo alguna clase de mandato no escrito que dice que "es la Feria del Libro, hay que ir". También va, la mayoría, buscando las últimas novedades de los chantas de turno, sean éstos chantas de la autoayuda, de la literatura, del periodismo o de la política. Francamente, ir para eso me parece aún más descabellado. También van porque prefieren los libros nuevos, sin usar, sin tocar, recién salidos de las rotativas. El horror. En general, salvo ciertos libros (como las bellezas que produce una editorial como La Bestia Equilátera y otras por el estilo), no me gustan los libros nuevos. Toda mi vida he apostado al libro usado, al libro antiguo, al libro (al tesoro) que se encuentra en una mesa de saldos por un precio irrisorio. 
Por otro lado, no leo, en general, literatura contemporánea. No me interesa lo que se está escribiendo right here, right now. En general, es todo basura, salvo honrosas excepciones y algunos maravillosos amigos y maestros. Cierto que a veces esta tendencia hace (o haría) perderme de cosas tan alucinantes como W. G. Sebald o Lorrie Moore, pero siempre he pensando que los libros que llegan a nuestras manos son los que tienen que llegar. Por ende, siempre he comprado por intuición, siguiendo una vocecilla que me dice "comprame, comprame" al revolver las mesas, estantes y bateas. En la feria, hasta donde recuerdo, son muy pocos los stands donde se puede seguir esa vocecilla, pues todo grita (aúlla) "comprá, comprá".
Otra cosa que me indigna de la feria es que si uno tiene la peregrina idea de comer algo en las instalaciones (por ejemplo, una servidora vive en La Plata: tiene un viaje de por lo menos una hora y media hasta allí, suponiendo cero tropiezos, piquetes, accidentes, etc., a lo que se suma una hora de optimista cola y, para el momento de entrar, ya puedo asegurar que voy a tener mucha hambre), los precios de las vituallas ofrecidas superan en tres o cuatro veces los precios de esas mismas vituallas afuera de las instalaciones. Otra vez: no me jodas. Me parece una afrenta innecesaria y más en tiempos como los actuales. 
Y lo más tragicómico del caso es que la última vez que fui a la feria de marras fue en el 2007, durante las Jornadas Profesionales: ese remanso, ese paraíso, esa maravilla en la cual no hay gente y uno puede recorrer todo a sus anchas, sin molestias de ninguna clase, sin aglomeraciones ni aturullamientos, sin gritos ni estridencias, sin nada más que lo único que debería importar allí, que son los libros. 


P. D.: No se gasten en tratar de convencerme de que vale la pena ir y blah blah blah. Si es en las Jornadas Profesionales, sí. Si no, olvídenlo, no cuenten conmigo. O si vinieran Erica Jong o Philip Roth, pero lo dudo.

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