8 de abril de 2014

Las retenciones

Algunas personas retienen líquidos, a otros les retienen injustamente parte de sus ganancias: yo me retengo a mí misma. Pero no solamente para las cosas que es bueno retenerse (por ejemplo, no salir a matar/linchar a un prójimo) sino, principalmente, para las cosas en que es muy malo retenerse. Este blog es la prueba cabal de esto que digo: lo fundé, con gran entusiasmo y luego de algunos intentos fallidos, en 2008. Publiqué casi a diario hasta el 2010. Y después, hasta hace un par de semanas, la nada misma. Creo que hasta hice de cuenta que no existía o que era de otra persona (tal vez lo era, no lo discuto), el caso es que me estaba privando de algo que me hace mucho bien y no sé bien por qué. O sí. Por esto de las retenciones.
Toda esta perorata retentiva viene a cuento porque hoy fue día de antropometría en el gimnasio. Y lo que primero parecía que estaba dando mal (¿cómo puede ser que no hayas bajado de peso desde la última antropo si venís entrenando y haciendo "todo bien"?) resultó que estaba dando muy bien (porque el peso no bajó por una sencilla razón: bajó la grasa y subió el músculo, que es exactamente lo que buscamos, aunque todavía falta ajustar algunas cosillas), pero más allá de la alegría de ver gráficamente los resultados, me quedé pensando en todo lo que no me permito. En todo lo que me retengo de hacer o de disfrutar y hasta de pensar incluso.

Imagen: Francisco Santi (2014)

¿Por qué el ser humano se comporta de este modo? Extrapolo mi ejemplo egocéntrico al ser en general porque estoy convencida de que nos pasa a todos. Cada cual sabrá qué retiene, qué se retiene y en qué se retiene; por qué no se permite, por ejemplo, dedicarse a un hobby que le agrade (¿porque no tiene tiempo? ¿porque es muy joven o muy viejo o muy chico o muy grande? ¿porque es hombre, porque es mujer?: excusas, excusas, excusas). Cada cual sabrá por qué no le da rienda suelta a lo que debe dársela y en cambio se sofrena, se sujeta a sí mismo como si estuviera a lomos de un caballo brioso. Y lo cierto es que más que de un caballo brioso estamos arriba de una mula empacada que no va ni para atrás ni para adelante y se hunde cada vez más en el barro. Y lo cierto es, también, que es mucho más cómodo permanecer arriba de la mula que intentar, siquiera, subirse al caballo.
Me invito y los invito a que nos sacudamos la modorra existencial y nos subamos, confiados, alegres, presentes y atentos, a nuestros respectivos y maravillosos caballos. ¡Arre!

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