23 de marzo de 2014

Alguna vez supe tener un blog

Alguna vez tuve un blog, éste. Alguna vez, escribía todos los días en él. Alguna vez me preocupaba por encontrar cosas interesantes que comentar o sobre las que reflexionar, noche a noche, aquí. Alguna vez, abrí otro blog y otro y otro (búsquenlos, andan aún por allí). Alguna vez, me creí blogger. Hasta me creí crítica teatral y periodista cultural. Todo eso fue hace mucho. 
Pero algo no ha cambiado y es la perpetua inquietud (que quizás otros interpreten como mala onda o mal humor) que siento cuando no escribo. Y hace rato que no escribo. Quizás no tanto como en otras ocasiones, es cierto, pero la inquietud ya me sobrepasa, igual que en el último posteo de este blog que, oh benditos dioses, es del 2011. Tres años sin pisar este barrio, a pesar de tener permanentemente una pestaña abierta en mi navegador que dice "Blogger". ¿Por qué dejé pasar tanto tiempo? No tengo ninguna respuesta. O, más bien, tengo fragmentos, miríadas (sí, amo esta palabra), de respuestas. Una respuesta posible es que Facebook y su omnímodo poder me acaparó, casi totalmente. Otra respuesta es que ventilé asuntos improcedentes aquí en las páginas de la mañana. Otra respuesta, más contundente, es que no tenía ganas y como me dijo un viejo enamorado alguna vez "vos sos gánica". Tal cual. No hago nada si no tengo ganas de hacerlo. Y las respuestas podrían seguir, pero para qué. La principal es que esto siempre estaba aquí, esperándome, y yo nada. Como siempre. En otro lugar, en otra cosa, muy ocupada, muy ida. 
Vuelvo a la inquietud: hace días, hace semanas, hace meses que me corroe la sangre querer escribir y no hacerlo. Nótese que no dije "no poder hacerlo" porque poder, puedo. He aquí la prueba. Pero no lo hacía, ni voy a creer que lo estoy haciendo hasta que no haya varias entradas "2014" aquí. Ni siquiera es que prefería no hacerlo porque, claramente, prefiero mucho más hacerlo. Las temibles fuerzas del inconsciente, sin embargo, estaban/están operando allí, reteniendo, reculando, haciendo retroceder, no fuera a ser cosa que ¡oh, dios mío! esta mujer vaya a ser feliz. Y estando sola. Y cuidándose. ¡Y más linda cada día! ¡Y entrenando! ¡Y haciendo cosas! ¡Y juntándose con... gente! ¡Con otras personas, no ya con las dos o tres de siempre! ¡Y viajando! ¡Y extrañando tanto a su padre pero siguiendo adelante lo mismo! ¡Y ocupándose de lo que se tiene que ocupar! ¡Y trabajando y amando y queriendo y soñando! No, no, no, que ningún dios permita tamaña afrenta jamás. Si es mujer, que se calle. Si es mujer, que se busque un novio (de su edad). Si es mujer, que pida ayuda, que busque protección. Si es mujer, que no salga sola, que no se le ocurra ser sexy ni provocativa. Mucho menos escribir o decir lo que piensa. No, no, no, imposible. Hay que impedir todo eso a como dé lugar. 
Lo que hay que impedir, en realidad, es dejar que esas malditas fuerzas tomen el mando. Eso es, precisamente, lo que estoy intentando hacer hic et nunc con estas reflexiones deshilachadas un domingo a las dos y media de la tarde. Lo que trato de hacer, a los ponchazos, es tratar de recuperar a mi yo escritor y curioso, a mi poeta delicada y visceral; lo que trato de hacer, espasmódicamente, es tratar de recuperar a la curvilínea que cada noche se entusiasmaba frente a la pantalla, encontraba algo que decir y lo decía, o compartía sus duelos, sus quebrantos, sus poemas, sus alegrías, lo que fuera, por aquello de "conectar las esferas" que decía su amado Whitman. Para salir, al fin, de la pantalla y llegar a los otros. Con sus curvas, con sus desvíos.
Bienvenidos, de nuevo.

1 comentario:

pedro dijo...

que bueno estar de vuelta!

Related Posts with Thumbnails