2 de mayo de 2011

El retorno que no fue (o Curvas que vienen y van y no escriben)

Estoy en silencio y no escribo. Tengo ganas, a veces se me ocurre algo, pero no lo escribo. La novela quedó detenida, suspendida en el no-tiempo de la letra aún no parida. La poesía dejó de visitarme justo antes de que él se fuera. Sé que volverá, pero también sé que nunca se podrá saber cuándo (y no pienso reparar en la ambigüedad de esta frase: ¿quién volverá? ¿él -mi padre- o la poesía?). Recabo información y datos curiosos como siempre, pero no los vierto en ningún lado. O los vierto subrepticiamente en los talleres, en las conversaciones. Estoy rara, estoy distinta, la mayor parte del tiempo no sé qué hacer y entonces leo y ordeno. Intento reducir el caos, que es mucho. Pero no escribo. Y eso acrecienta la raridad, la raridez, lo distinto de este otro tiempo distinto. De este otoño climáticamente hermoso, que se pasó volando, que ya se transformó en la clara antesala del invierno.
Ya pasaron cuatro meses. ¿Es suficiente para que duela menos el duelo? No, en absoluto. Hasta diría que duele más. "El primer año es lo peor" me dijo una amiga hace unos días. "Son las primeras fiestas, el primer cumpleaños, el primer todo que pasás sin la persona que fue". Tal cual. Y ahora se viene mi cumpleaños... pero mejor no me meto en esa corona de espinas. No todavía.
Volvamos a la escritura. "Cuando no puedas escribir, escribí sobre eso" es un sensato consejo que se da en cualquier taller literario. Yo misma lo he recomendado en más de una ocasión. Pero, ¿qué hace el coordinador del taller cuando es él mismo el que está bloqueado o detenido o desorientado con su propia escritura? ¿Pone en práctica sus propios consejos? ¿Recurre a otro tallerista? ¿Se queda en silencio frente a la pantalla, frente a la novela que le reclama su atención? ¿Junta bases de concursos a los que, lo sabe perfectamente, jamás se presentará? ¿Cómo sale de este círculo infernal que él mismo se ha construido? No sabe / no contesta.
Pero, evidentemente, hay salidas, hay maneras de cortar lo vicioso de esta esfera, sobre todo si la coordinadora en cuestión está escribiendo esto. Por alguna razón que desconozco (y que no dejo de agradecer mucho) este blog tiene cada vez más seguidores. Misteriosos followers que al parecer comparten un rumbo parecido en las letras, en la música o en las artes. Gente con ganas de leer lo que aquí se diga. ¿Cómo no escribir entonces? ¿Acaso un artista no se debe a su público? Algo así, entonces, me empujó (me vienen empujando varias cosas últimamente, y acaso sea necesario, muyyyy necesario recibir esos empujones) a venir entonces hoy y postear esto. Y la muerte del poeta chileno Gonzalo Rojas, ese maravilloso fauno viejo, ese amador, poeta inmenso, una verdadera lástima. Y, desde luego, la de Sabato acaecida el sábado.
Así que como para retomar la senda perdida o nunca encontrada o nunca dejada, vaya un poema de Rojas y una reflexión de Sabato (queridos periodistas, aunque se asombren, ¡no lleva acento...!) que, si bien no es de mis escritores favoritos, dijo cosas muy sensatas en su libro El escritor y sus fantasmas. Más aún, considero que ningún aspirante a escritor debiera privarse de la fructífera lectura de ese libro.


RETRATO DE MUJER

Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
 y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
 y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.

Gonzalo Rojas




"Desde Vico sabemos que la metáfora no es un adorno, ni una hinchazón del lenguaje, ni esa joya que suponían los retóricos latinos, sino el único modo que tiene el hombre de expresar el mundo subjetivo. A la estricta objetividad de la ciencia corresponde un lenguaje unívoco y literal, que culmina en el tranquilo desfile de símbolos de la logística. Pero a los hombres concretos ese idioma no les sirve. Primero, porque la existencia no es lógica, y no puede servirse de símbolos que son inequívocos, creados para responder a los principios de identidad y contradicción, y luego porque el hombre concreto no sólo o ni siquiera se propone comunicar verdades abstractas, sino sentimientos y emociones, intentando actuar sobre el ánimo de los otros, incitándolos a la simpatía o al odio, a la acción o a la contemplación. Para lo cual hace uso de un lenguaje absurdo pero eficaz, contradictorio pero poderoso. Un lenguaje que cambia y reemplaza las palabras y los giros gastados, que por ser gastados son psicológicamente inoperantes, por maneras nuevas y llamativas, por combinaciones que atraen por lo inesperado. La misión de este lenguaje no es comunicar las abstractas e indiscutibles verdades de la lógica o de la matemática, sino las verdades de la existencia, vinculadas a la fe o a  la ilusión, a la esperanza o a los terrores, a las angustias o a las convicciones apasionadas. Su drama es inverso al de la ciencia, pues debe expresar hechos únicos con palabras generales, con lugares comunes que no tienen ni sangre ni poder de convicción. De donde la incansable actividad renovadora que la vida ejerce sobre el lenguaje a través de la imaginación y la metáfora."

Ernesto Sabato, El escritor y sus fantasmas (1963). Las cursivas me pertenecen.
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