31 de diciembre de 2010

Curvas de fin de año

Se termina el 2010. 
Se termina el año que para mí fue como varios años en uno solo. ¿Acaso por ese cero? Tal vez. Quizás también por la intensidad con la que fue vivido. Cosas que pasaron claramente durante este año para mí pasaron "el año pasado" e incluso antes. 
El 2010 tuvo muchos años para mí: estuvo el año en que me fui a Salta, experiencia única, hermosa, inolvidable; estuvo el año que parecía que iba a ser igual al 2009, al 2008, al 2007 y no fue así (por suerte); estuvo el año que tomé la decisión de mudarme; estuvo el año en que efectivamente me mudé; estuvo el año que descubrí que vivir acompañada por mí misma era lo mejor que me podía pasar; estuvo el año en que se reavivaron algunas pasiones y aparecieron otras, restallantes; estuvo el año en que empecé a enseñar, casi "sin querer", "de casualidad" (aunque no hay nada que pueda llamarse "casualidad" ya en este mundo); estuvo el año en el que todo era felicidad, aún sin un hombre concreto alrededor; estuvo el año en que empecé a escribir mi novela, al fin. Y ahora se sumó otro más, ya se imaginarán cuál: el año en que mi padre se fue. 
Ufff, son muchos, ¿no?
No tengo mucho más para decir, salvo lo que dejé anotado en mi estado de Facebook de hoy: procuro conjurar la tristeza haciendo arte y deseo que el 2011 los encuentre a todos con mucho amor, mucha salud, con muchos sueños y deseos, y, sobre todas las cosas, trabajando en aquello que los hace más felices. No creo que se pueda pedir más, y lo mismo pido para mí.


27 de diciembre de 2010

Los míos

Cuando el dolor es tanto y tal que ni siquiera es posible empezar a ponerlo en palabras, están las palabras de los otros, las salvadoras sanadoras palabras de los otros que dicen exactamente aquello que ahora no podemos decir: 

LOS TUYOS

Has llorado, en secreto, a los tuyos.
Lenta, inexorablemente, los has visto partir
alejarse para siempre.
Has sentido, en tu corazón
el desprendimiento de una rama que cae.
Y luego has borrado
las huellas de esas lágrimas,
has contenido en el límite infranqueable
los bordes de tu propio dolor
y lo has devuelto a tu pobre vida,
a los días siguientes, a las horas
para que permanezca allí.
Oculto
como una invisible y constante
cicatriz.

Juan Manuel Inchauspe 
(Santa Fe, 1940-1991)

25 de diciembre de 2010

Curvas agradecidas

En medio del dolor, quiero agradecer a mis familiares pero muy especialmente a mi "familia elegida" (mis compañeros de trabajo, mis amigos, mis alumnos y muchas otras personas) por todo el apoyo recibido en estos días tan intensos y espeluznantes. Papá ahora está en un lugar mejor y desde ahí, como siempre, me sigue cuidando. 
Gracias a todos, una vez más. 


Rafael Pinto (1945-2010)

21 de diciembre de 2010

Curvas entristecidas

Parece que ahora sólo escribo aquí en ocasiones escogidas. En realidad, no sé siquiera si escribir aquí (o en cualquier otro lugar). Un sentimiento supersticioso, irracional, absurdo, etc. me ha estado impidiendo poner esto en palabras aquí. "Esto" es lo que anda pasando por estos días de mi vida, por este verano que hoy se inició (y con todo el calor reglamentario) y que probablemente sea uno de los más tristes de mi vida (ojalá que no, pero lo dudo mucho). 
Tanto pelearme, tanto quejarme, tanto querer irme (y al final, me fui), tanto despotricar y señalar y pontificar ¿para qué? Tantas cosas que me molestaban, tantas cosas de las que me quejaba en terapia, en mi diario y en cualquier oreja disponible ahora están a punto de desaparecer, si no desaparecieron ya. Tanto enojo, tanto encono, tanta rabia mal dirigida, se disuelven ante la incontrastable realidad: la salud de mi padre flaquea y no hay mucho por hacer. No mucho más que paliar el dolor y hacerle este trance lo menos traumático posible. 
Escribo estas líneas en medio de un gran dolor. Lamentablemente, y si las cosas no mejoran, lo que estoy viviendo es un duelo anticipado. Nunca creí que tendría que ver esto, ni nada parecido siquiera. Había visto el deterioro de mi abuela, por ejemplo, pero fue paulatino, esperable, previsible para una señora que llegó a los 80 años tras haber soportado las infidelidades del marido y la muerte de dos hijas y una nuera. Pero esto es repentino, pasó en menos de tres meses, no quiero usar la palabra fulminante, pero ¿cuál otra queda? ¿Qué se puede decir de una persona que pasó de estar bien y funcionando a pesar 20 o 30 kilos menos, a estar tan débil que no puede desplazarse solo, cuyo único alimento es el suero porque no puede ya casi comer?
De pronto, todas las palabras se resignifican, todos los momentos adquieren otro matiz, todo cambia en apenas unos días, una semana. Carpe diem adquiere más sentido que nunca. No tenemos otra cosa más que el instante. Y lo que no hicimos cuando quisimos hacerlo quizá no podamos volver a hacerlo nunca. 
Ahora pienso en todos los domingos que no fui a visitarlo porque no tenía ganas, porque estaba ocupada, porque tenía que escribir y me siento para la mierda porque ahora sólo puedo ir a visitarlo a un hospital (aunque en su puerta de entrada diga pomposamente "clínica privada" no deja de ser un hospital) y no podemos hacer ninguna de las cosas (pocas, quizás) que solíamos hacer juntos. Ahora pienso en todas las veces que me quejé por tener que viajar hacia mis pagos de nuevo en ese maldito tren y desde hace ya más de una semana que no hago otra cosa que subirme y bajarme de ese mismo tren, cada vez más triste y abatida. 
Y afloran todas mis neurosis, mis pensamientos más horribles, mis preguntas más inútiles, mis recriminaciones, mis muestras más claras de egoísmo y narcisismo: son todas estúpidas defensas contra el dolor. Y pienso en todas las cosas que me hubiera gustado que hiciera y no hizo, y me entristezco más. Y pienso en todas las veces que le grité o lo traté mal (con o sin motivo), y es peor. Y pienso en lo que dijo o no dijo, en lo que me enseñó y en lo que no, en su presencia demasiado omnipresente, en mis caprichos y deseos siempre cumplidos, pudiera o no pudiera cumplírmelos. Y pienso en todo lo que pasó y en lo que vendrá, y entonces prefiero no pensar. 
Prefiero recordarlo como siempre fue, con sus virtudes, con sus errores (ya no importa cuáles), como ese hombre que siempre estaba ahí y que parecía que nunca iba a dejar de estar, aun cuando yo me fuera. La vida, una enfermedad maldita, ha puesto eso en entredicho.
Pero todavía no está dicha la última palabra. 


Imagen: Xel Via

8 de diciembre de 2010

Curva inmaculada

A pesar de que ya hace varias semanas que los desesperados negocios vienen pregonándola, hoy comienza oficialmente la temporada navideña (iba a poner "la navidad", pero es demasiado). Con estridente puntualidad, todos los negocios comenzaron a llenarse de guirnaldas, pelotitas, papá noeles chinos y taiwaneses, lucecitas, estrellas de belén, renos y todas las zarandajas y perendengues pertinentes. Hace ya varios años que procuro permanecer ajena a la algarabía navideño-añonuevense, pero esta vez es diferente. Este año quise volver a formar parte del redil, sumarme a los rituales consabidos, no esquivar las ceremonias que jalonaron durante años nuestras vidas (o, por lo menos, mi vida). 
Así que, con gran orgullo, hoy armé, como corresponde, el arbolito de Navidad. Una tarea que había dejado de realizar hace ya varios años, precisamente por esta indolente (y cansadora) conducta de establecerme como bicho raro, como diferente, como rebelde buey. Hoy pienso que la rebeldía (bien entendida) pasa por otro lado y no por esquivar con intelectualismos de cuarta las tradiciones (y acá me ahorro el discursito acerca de la tradición selectiva, las operaciones culturales y demás). Sabemos que son idioteces, sabemos que son series impuestas culturalmente, sabemos que hay oscuros designios tras ellas, sabemos que hay claros designios comerciales a la vista, sabemos. No por saber habemos de disfrutar menos o de evitarlas con un dejo de falsa superación, que tanto daño hace al espíritu. 
Pero, como es mi primer arbolito "independiente" tuve que ir a comprarlo. Precisamente, aproveché el fanático rigor de los comerciantes sureños y semanas atrás compré un pequeño árbol, sus correspondientes pelotitas, sus recursivas guirnaldas y sus infaltables lucecitas. Todo en los colores que me caracterizan (a excepción del árbol, realistamente verde) y que, según me dijo un amigo, representan el cambio. Sí, ese color violeta por el que tanto me cargan mis compañeros, por ejemplo, al punto de llamarme "Violet" uno de ellos, significa cambio. Ahora, tal como nos preguntamos con el amigo que me dijo esto, sería bueno saber si mi permanente compromiso con el violeta (y todos sus matices) es porque estoy en perpetuo cambio o porque necesito del cambio. Yo diría que un poco y un poco. 
Por eso, hoy, en este día feriado tan raro, mientras recordamos la triste muerte de un grosso y yo procuro continuar a trompicones con la escritura de mi novela, les presento a mi flamante arbolito de Navidad, aunque no sea católica, no crea demasiado en estas ceremonias, cultive un paganismo y agnosticismo moderados y siga creyendo que mi única religión, sin lugar a dudas, es el lenguaje. 
Y ustedes, ¿ya armaron sus arbolitos?


3 de diciembre de 2010

Diciembre ya está aquí... ¡ay!

Increíble pero real, diciembre ya está aquí. El mes de los balances, de las compras navideñas, del jo jo jo, del mazapán y la champaña de precio módico (muy módico por lo que estuve viendo hoy en el supermercado). Fin de año está "a la vuelta de la esquina" (disculpen este alarde de originalidad: es diciembre, es viernes, es la última hora de la tarde y estoy muy cansada). Llegó el mes que a todos se nos llena de Eventos, Fiestas, Despedidas, Cumpleaños, Cenas de Fin de Año, Asados, Comilonas, Beberecuas, Ágapes, Festicholas, Partuzas, Bacanales y, por qué no, hasta alguna Orgía (yo pienso orgiarme con un mantecol bañado con chocolate que acabo de comprar, no sé qué harán ustedes, pero tienen mi bendición). 
He roto mi silencio posteril porque ya me va faltando mucho menos con la novela y desde que empezó diciembre (hace dos días) que no puedo creer que haya empezado. Es un año raro este para mí. Raro pero bueno. Distinto. Inusual (al fin). Parece que estuviera dividido en muchos años, porque cosas que pasaron, por ejemplo, en marzo o abril, para mí pasaron ya "el año pasado". El verano se me antoja lejos y perdido en lo remoto de la geografía de los recuerdos. Los días que pasé en Salta se convirtieron en un sueño hermoso, documentado en mis primeras fotografías con camarita digital, como recordarán los leyentes memoriosos. El otoño que parecía traer primicias inolvidables es también otro sueño u otro estado del mismo sueño. Y el invierno se convirtió en un antes y después, evidentemente el responsable de esta sensación de haber vivido un año partido en muchos años, o por lo menos partido en dos.
Todo cambió cuando tomé la Decisión. 
El quiebre estuvo ahí. Ahora que ya han pasado más de tres meses desde el momento en que la decisión fue efectiva, es decir, desde que me fui a vivir sola, puedo ver un poco en perspectiva y comprobar que, a pesar de todo y de ciertas cosas, tomé la decisión correcta. Fui por el camino por el que claramente tenía que ir. Aunque haya tropiezos o pequeños escollos, el horizonte maravilloso (y no el horizonte quejumbroso y difuso) está siempre adelante, siempre esperándome. Todavía falta, está claro. Pero empiezo a dominar los misterios y las delicias de ser uno con uno mismo. De ser la jefa del hogar, como quedó asentado en el censo. De tomar todas las decisiones. Empiezo a acostumbrarme a que no me reciba nadie, y celebrarlo. Ya me acostumbré a que tampoco nadie me moleste, y me encanta. A que las cosas estén donde yo las dejo, y en ningún otro lugar. También volví a cocinar, a comer cuándo y cómo yo quiero, a escuchar la música que se me antoja, a disfrutar de momentos inolvidables en mi sola y valiente compañía. Y también me encanta recibir a los amigos, a los compañeros, a las personas que quiero. Como pronosticó un amigo (mi chanta favorito), todo es felicidad desde que me mudé.
Hay nubarrones, desde luego. Hay un pasado que a veces llama y hasta quiere entrar. Hay una sombra, un dolor, un ansia que en ocasiones no me deja tranquila. Pero lo exorcizo todo, como siempre, escribiendo. Así que muy pronto, si los dioses son propicios, estaré escribiendo a diario aquí y en todos mis otros rinconcitos, que tan abandonados están, pobrecitos. 
Lo que más extraño, desde luego, son mis gatos. Mis hermosuras, mi príncipe y mi reinita. 
Por suerte, mañana voy a visitarlos.


Foto sacada poco antes de mudarme de mi dos reinitas y mi príncipe felinos
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