6 de agosto de 2010

Curvas en movimiento, bis

La decisión fue tomada. Y, milagrosamente y contra todo pronóstico, llevada a cabo por una personilla que no se destaca justamente por hacer las cosas así: de una y sin vacilaciones. O tal vez sí, y no lo sabía. La tipa buscó, encontró y reservó depto. Ahora tiene que esperar. 
Y mientras tanto, apronta los bártulos porque ahora sí, esta vez es "denserio". Esta vez se va. Y ya sabe que la están esperando con los brazos abiertos, allá en su nueva, próxima ciudad adoptiva. Tanto renegó, tanto se negó, tanto se obnubiló con las luces del centro, pero al final su corazoncito decimonónico pudo más y allá se va, a la capital de la provincia, a la gran diagonal, a la ciudad masónica por excelencia, hija directa de la generación del 80, a la que ella misma es tan afecta (véase aquí). Las curvas se mueven y no pueden más de la excitación que todo esto significa. Las curvas quieren más, quieren hacer todo lo que hasta ahora no pudieron hacer, no importa ya por qué razones. ¡Las curvas se van!
Pero allí donde vayan, algo siempre las seguirá: sus libros. ¿Qué hacer con su enorme, desmesurada como toda ella, biblioteca? Es de suyo evidente que 2800 libros no van a entrar en un monoambiente. Es de suyo evidente que hay que elegir (o bien, como dicen las voces psi-, "algo hay que resignar"). Las curvas hicieron de tripa corazón y empezaron a elegir qué libros se llevarán a su nueva morada. Primero de a poco, haciendo trampa, o eligiendo lo más obvio. Pero después las curvas se dijeron "seamos realistas" y empezaron a cribar la biblioteca de verdad. "Si un libro está acá desde hace quince o veinte años sin ser leído, es bastante presumible que tampoco será leído en el futuro", se dijeron a continuación y volvieron a sacar libros de los estantes. 
Pero, ay. Es duro. Sepan comprender. Nuestra chica rumiante es una bibliómana, que es un estamento diferente dentro de la bibliofilia. No es de esas personas que buscan incunables en las casas de antigüedades de San Telmo ni, mucho menos, de esas personas que atesoran libros firmados por celebridades literarias. No, no, aunque tenga algunos libros autografiados. No tiene tampoco ediciones raras (aunque sí) en sus anaqueles. La rumiante en cuestión es una buscadora de tesoros ocultos, una descubridora de verdaderos filones de maravillosa literatura a precios siempre ridículos e increíbles. Es de esas personas que puede pasar doscientas veces delante de una librería como El Ateneo o Yenny sin prestarle jamás atención, pero que muy díficilmente deje de entrar en cualquier antro o pequeño bolichón donde se vendan libros usados. Es una fanática de la calle Corrientes. Una veterana del Parque Rivadavia. Una admiradora de Lenzi (ver aquí). Una degustadora de los cambalaches donde se vendan libros, de cualquier puestito donde asomen sus colecciones favoritas y donde siempre aparece su gesto de "ya lo tengo". ¡Cómo no lo va a tener si en veinte años de bibliomanía ya juntó esta cantidad infernal de libros!
Ahora tiene que elegir. Se vio obligada a elegir. El lugar es chico pero el corazón y la biblioteca (aunque en versión reducida) siempre serán grandes. 

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