4 de julio de 2010

Metal y carnaval (la curva recitalera)

Anoche, haciendo un rápido cálculo matemático, llegué a la conclusión de que ya pasaron veinte (20) años desde que fui a mi primer recital de rock (bueno, en mi caso de metal, pero generalizo usando la amplia -y por muchos vapuleada- categoría "rock"). Anoche hice esta comprobación porque después de mucho (muchísimo) tiempo volví a ver en vivo a una banda que siempre me partió el cráneo (y la metáfora no es exagerada ni es metáfora, es literalidad pura): Divididos
¿Qué se puede decir a esta altura del partido sobre Divididos? Poco. O quizás mucho. Lo que siempre se puede decir es que "la aplanadora del rock" no es una mera frase marketinera o un deseo inalcanzable. Es una realidad prístina y tan contundente que me parece ya que "aplanadora" les va quedando un poco chico. Lo más notable del caso es que siempre lo fueron, desde los comienzos. Y yo lo puedo decir porque estuve ahí. Los iba a ver a Cemento cuando apenas había salido su primer disco, 40 dibujos ahí en el piso, año 91, y no superábamos los doscientos, como mucho trescientos, fanáticos gritando, saltando y pogueando. Ya en aquel tiempo, en el que encontrar una banda que tuviera buen sonido era casi milagroso, ellos estaban un paso más allá y sonaban que daba miedo. Seguí viéndolos varias veces en Cemento, y también los vi en Die Schule, el otro reducto de Chabán, el mismo día de su inauguración. 
Divididos era siempre otra cosa (como Sumo, por supuesto). Por eso íbamos a verlos, e iba a verlos gente de "otro palo", como yo misma, porque en el ambiente se sabía que muy pocas bandas sonaban como ellos y porque Mollo siempre fue un guitarrista para sacarse el sombrero. En aquellas épocas de descontrol total (antes de su etapa Natalia Oreiro, digamos), Mollo descosía su guitarra y tocaba versiones de "Voodoo child" que hubieran hecho estremecer al mísmisimo Jimi Hendrix. Pero, como pude comprobar ayer con la versión que se mandaron de "Sucio y desprolijo" del master Pappo, esa magia sigue intacta. Aunque ya no toque con los dientes como antaño. 
El show de anoche en el Luna Park, que observé, disfruté, gocé y deliré sentadita como una lady que soy ahora (atrás quedaron las épocas del pogo, el head-banging y algún ocasional stage-diving para mí), fue, sencillamente espectacular. Rock y folclore mal. Metal y carnaval. Rock n' roll y pueblos originarios. Violines, bombos legüeros, coplas, zampoñas, órganos Hammond y guitarras eléctricas todo junto. Un desmadre. Una gozada, como dirían los españoles. Un despliegue infernal de vértigo y emoción. Un aluvión, un Karnak de sonido. Una catedral viviente de música irrefrenable. Lean, por favor, "Las ménades" de Julio Cortázar y tal vez comprendan algo de lo que digo. Una locura. Un delirio de los más maravillosos.
Pero, claro. Presentaban el disco nuevo, Amapola del 66, y prácticamente lo tocaron entero. Esta vieja chota y rídicula quería escuchar las canciones de su época, de sus discos favoritos, es decir, de los discos viejos, así que verdaderamente se descontroló cuando tocaron "Qué ves" (en una versión increíble con violines), "Cristóforo Cacarnú" e "Indio dejá el mezcal" (en sendas versiones desquiciantes con zampoña y otro instrumento andino cuyo nombre desconozco pero es similar a un corno alpino), "Rasputín/Hey Jude" y dos demoledoras, emocionantes y absolutamente frikiantes versiones de "Mañana en el Abasto" y "Nesquik" (esta última con el saxo de Roberto Pettinato y todo), que fue lo más cerca que se pudo estar de ver a Sumo para aquellos que no tuvimos nunca esa bendición. También tocaron una versión hermosa de "With a little help from my friends" para la que recibieron, justamente, la ayuda de Fabiana Cantilo, Hilda Lizarazu, Isabel de Sebastián y Claudia Puyó. No fueron las únicas invitadas, hubo muchos más, entre ellos el mítico Ciro Fogliatta.
O sea: un disfrute total. Lo único que tengo para criticarles es que no tocaron "El arriero" pero bueno... se los perdono por toda la felicidad que nos brindaron y que se brindaron. Párrafo aparte merece el batero: ¡no se puede creer cómo toca ese pibe! Una bestia, un animal, un extraterrestre, no sé. Nunca escuché una batería sonar así y he visto a bateristas para sacarse el sombrero en numerosas ocasiones (baste mencionar a Lars Ulrich de Metallica y a Vinnie Paul de Pantera). Más lo escuchaba y menos lo podía creer. Y sin palabras, por supuesto, para Arnedo. Otro extraterrestre. Otro tipo tocado por algún dios o por algún diablo, no sé. Falta que lo haga hablar a su bajo y listo. Y qué decir a esta altura de Mollo. Yo creo que hay una sola palabra que lo define y que es la que, asimismo, es el eje rector por el que pasa la energía y la música de esta banda: pasión. Pa-sión. PASIÓN. ¿Quedó claro? ¡¡¡PASIÓN!!!
Eso que le falta a tanta gente, y ni siquiera lo saben. 
De nuevo: metal y carnaval, rock y folclore mal. Divididos, la aplanadora del rock y está todo dicho. 
Aunque el sonido es lamentable, les dejo este regalito: 

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