26 de julio de 2010

Curvas looking for a place to live (u "¡Oportuncrisis!")

Las curvas están agotadas. Su agotamiento no es físico, desde luego, si no mental. Esa dichosa mente no para de dar vueltas y vueltas sobre un millón coma treinta y cinco mil asuntos diferentes por segundo. Pero últimamente, hay un asunto que sobresale por encima del resto y confunde aún más a las curvilíneas curvas. Un asunto importante, no diría yo de vida o muerte, pero sí trascendental. Las curvas deben abandonar la casa paterna. 
Nadie las ha obligado a semejante paso, necesario en la vida de todos los seres humanos, como es sabido. Ellas mismas se han decidido luego de muchos dimes y diretes. Pero, ay. Como siempre, el miedo acecha y convierte un hecho trascendental y jubiloso en una tragedia de proporciones bíblicas. Algo así como el apocalipsis, la guerra nuclear, la fin del mundo todo junto. Tonta Chica Rumiante que no ve la oportunidad en las crisis. Tonta, más que tonta, que no piensa en los nuevos comienzos que esto representa si no en penosos finales, en angustiantes clausuras y en deletéreos troceamientos de numerosas rutinas que ningún bien le hacen. 
Como se dijo, nadie ha obligado a dar este paso a las siempre inquietas (y de tan inquietas, en muchos casos, inmóviles) curvas. Pero como ya tantas veces ha dicho lo mismo en términos más o menos parecidos, es lícito tener algún recelo y no creerle demasiado. Es como el cuento de Juanito y el lobo. Cuando el lobo de verdad aparece, nadie le cree al pobre Juanito, primer escritor de la humanidad (o de la literatura europea), primer desdichado que se animó a jugar con la imaginación, la ficción, la creación de mundos paralelos, véase Nabokov. Oh, sí, las curvas vienen amagando con esto desde el 2007 aproximadamente. Y siempre se las arreglaron para encontrar una excusa que les permitieran seguir quedándose donde están. No vamos a ser tan malos de enumerarlas aquí, ya no importan. Hay que empezar a desbaratar su increíble habilidad para encontrar excusas, o bien sugerirle, con amabilidad pero con firmeza, que use esa capacidad donde mejor se aplique, por ejemplo en su narrativa. Digo, como para que no se siga arruinando la vida o perdiendo tan alegremente el tiempo. Tempus fugit, Chica Rumiante... Y se va y no vuelve, por más que quieras, no, no vuelve. 
Entonces, tratemos de ayudarla con estas líneas que, si en principio irónicas, quieren ser absolutamente transparentes para que ella pueda ver lo ridículo de su conducta. Ya es grande, hasta su propio padre de ella lo ha dicho. ¿Qué espera, pues? Ya sé. Es muy romántica, como ustedes ya saben. Sepamos comprender. En algún punto remoto de su ser, remoto pero decisivo, ella aún espera a su príncipe azul. Pero, como ya sabemos, el moroso y desteñido ya príncipe no va a llegar. Y si llegara a llegar, no tiene por qué rescatarla ni despertarla de su narcótico sueño como a Blancanieves ni raptarla de la torre más alta para llevarla a vivir a su modesto castillo... No, señor. No tiene ninguna obligación de eso. Hagámosle entender a esta chica que eso no va a suceder y que en los cuentos de hadas actuales la heroína se rescata a sí misma, se mantiene a sí misma y por las noches se abraza a sí misma o a su gato hasta tanto aparezca un candidato más o menos fiable. Y ni siquiera está estipulado que el candidato vaya efectivamente a aparecer. Pero pongamos. Como romántica incurable que es, nunca va a perder las esperanzas. Está bien. Pero no lo está si el precio es seguir en la incómoda (y supuesta) comodidad en la que permanece actualmente. 
Dicho esto, comprendamos que en los próximos meses muchas cosas pueden cambiar por aquí y celebremos desde ya esos cambios. Afuera el miedo, los temores irracionales, las ansiedades por cosas que aún ni siquiera sucedieron. Fuera toda fobia y todo aquello que paralice u obstaculice esta decisión. No importa si se lleva a cabo en un mes o a fin de año o mañana mismo, mientras la decisión siga firme y la señorita de las curvas voluptuosas haga cosas que respondan a ella. Aunque sean pequeñas, incluso insignificantes, aunque otros le puedan decir que haga esto o aquello, que por qué mejor no va aquí o allá... Tranquilos. La Chica Rumiante tiene ascendente en Tauro, signo que se caracteriza por una terquedad a prueba de balas. No la hagáis empacar. Dejadla que vaya a su aire, está empezando a andar, mejor no frenarla ahora. 
Entonces, empecemos a celebrar desde hoy mismo que haya cambios, nuevas rutinas, nuevas gentes y, sobre todo, nuevos paisajes, nuevos aires. Los actuales están ya demasiado viciados y se hace cada vez más dificultoso prosperar, no digamos ya respirar, en ellos. 
Y, por último, Chica, ¿qué importa perder tales o cuales cosas si vas a ganar tu propia libertad?

21 de julio de 2010

Amicitiae

Días que debieran deslizarse con amplitud y sencillez se han vuelto tremendamente complicados por toda una serie de circunstancias que ni siquiera vale la pena enumerar. Días en los que tendría que estar disfrutando de mis vacaciones u ocupándome de mi sacrosanta obra y nada más se ven interrumpidos, agobiados, obstaculizados por un sinfín de detalles que vistos en conjunto responden al enorme problemón que significa crecer y tomar algunas decisiones. Mejor dicho, ciertas decisiones. Y por si todo esto fuera poco, el cuerpo que clama su parte y dice "¡presente!", primero con una contractura cervical de padre y señor mío y ahora mismo con un resfrío de idem. Y, desde luego, el frío. El maldito, maligno, odiado, asqueroso, reverendo hijo de mil putas del frío. Sí, lo odio, como ya saben
Dicho todo esto, queda claro por qué no he estado posteando ni por aquí ni por ningún otro lugar en los últimos días, mejor sería decir en las últimas semanas (buhhh). Y ayer fue el día del amigo y no pude, tal como quería, compartir simplemente un párrafo de mi escritora favorita, así que lo haré hoy, qué tanto. Sabrán comprender el atraso y, al mismo tiempo, el abrazo que les lleva este post a todos los amigos que están del otro lado leyéndome: 

"¿Y qué es la risa, en cualquier caso? Un cambio del ángulo de visión. Por eso se quiere a una amiga: por su capacidad para cambiarte el ángulo de visión, hacer que te sientas bien cuando te sientes mal, recordarte que eres fuerte cuando te sientes débil. Y para decir la verdad, pero sin malicia. La sinceridad cariñosa es el secreto de la amistad."

Erica Jong, Miedo a los cincuenta.

6 de julio de 2010

La curva mundialista

Sí, hay un tema que estaba deliberadamente obviando en estas páginas: el Mundial. Ahora que todo terminó (al menos para nosotros), puedo explicitar un poco por qué me abstuve de hablar de lo único que se hablaba en el último mes por estas pampas.
Lo cierto es que la designación de Diego Armando Maradona como director de la selección nunca me pareció una decisión atinada. Se me objetará que nadie como él para conocer desde adentro un mundial y todo lo que eso conlleva, pero él ya no iba a estar adentro de la cancha y por mucho entusiasmo que pudiera transmitir a sus jugadores si éstos no sabían qué hacer dentro de ella... daba lo mismo que los dirigiera él, Mongo Aurelio o yo. No obstante todo esto, me alegró que el equipo llegara a clasificar y que la ilusión mundialista se renovara, después de las sucesivas derrotas y los enojosos fracasos que venimos padeciendo desde Italia 90. 
Así y todo, consideré prudente mantenerme al margen de la algarabía general, cosa que se complicó bastante ya que el bombardeo publicitario fue poco menos que feroz, y para muchos ya éramos campeones antes de que, siquiera, el mundial hubiera oficialmente comenzado. Tampoco fue fácil mantener un estoico silencio o un mesurado escepticismo cuando por todas partes no se hacía otra cosa que hablar de fútbol, de Messi, de Tévez, de Palermo, de unos y otros, de vuvuzelas y jabulanis varias; cuando todas las publicidades alentaban nuestro más acendrado, recalcitrante y conveniente patriotismo; cuando hasta el propio Dios nos decía que sí, que en el 86 aquella gloriosa mano había sido la de él, pero que no había sido la que había atajado aquellos inolvidables penales en el 90... 
De todos modos, mi política fue no mirar los partidos y en lo posible no involucrarme. ¿Por qué? ¿Por qué me privé de lo que primero fue un imparable in crescendo de esperanzas y festejos hasta que nos barrió el tanque alemán por 4 a 0? Porque me la veía venir. Porque no quería sufrir. Porque ya conozco las glorias de salir a festejar un mundial. Porque el fútbol se convirtió en un asqueroso negocio, donde los jugadores ya no juegan "como si defendieran sus vidas de las fieras", en palabras del acerbo Ezequiel Martínez Estrada. Porque todo está desvirtuado, descontextualizado, exagerado y magnificado hasta la más absoluta hipertrofia de los sentidos. Porque ya no hay hinchas verdaderos si no animales salvajes capaces de agarrarse a tiros en plena estación de tren de La Plata (nadie me lo contó, estuve ahí). Porque los pocos hinchas verdaderos que quedan rumian sus desdichas como pueden y se ilusionan con el mundial y van... Porque no le tenía fe a Maradona, qué quieren que les diga. Porque no veía un equipo si no una sobresaliente suma de individualidades que, aunque le pese a la mayoría, no es suficiente para armar un equipo, un equipo que juegue y se comporte como tal. Porque no veía un capitán (creo que nunca lo hubo). Porque sin un conductor, sin un hegemón, un líder, aquel al que la mayoría sigue y respeta, tampoco hay equipo posible. Y así.
Y también porque vi el gol de Maradona a los ingleses en el momento de ser hecho (el de la mano de Dios también), y aquel otro inolvidable gol de Cannigia nada menos que a Brasil, y porque vi las atajadas del Goyco y porque salí a festejar tras los partidos clave de Italia 90 y porque después lloré y puteé cuando ese árbitro mal parido nos dejó con ese horrendo sabor amargo en la final con Alemania y... 
Claro que me hubiera gustado ver de nuevo a Argentina campeón, no vayan a creer. No pudo ser y está bien: por ahí para el próximo mundial compredemos que aunque tengamos a los mejores jugadores del universo no sirve de nada si no conforman un auténtico equipo y juegan como tal, y con un único objetivo: no ganar, no dejar afuera a Brasil, Alemania o Inglaterra, si no jugar cada vez mejor, ir siempre por más, con valentía, con garra pero también con humildad y hasta darse el lujo, por ahí, de gambetear a unos cuantos y dejarlos de nuevo por el camino como aquel inolvidable barrilete cósmico...

La imagen que ilustra este post fue tomada de esta página.

4 de julio de 2010

Metal y carnaval (la curva recitalera)

Anoche, haciendo un rápido cálculo matemático, llegué a la conclusión de que ya pasaron veinte (20) años desde que fui a mi primer recital de rock (bueno, en mi caso de metal, pero generalizo usando la amplia -y por muchos vapuleada- categoría "rock"). Anoche hice esta comprobación porque después de mucho (muchísimo) tiempo volví a ver en vivo a una banda que siempre me partió el cráneo (y la metáfora no es exagerada ni es metáfora, es literalidad pura): Divididos
¿Qué se puede decir a esta altura del partido sobre Divididos? Poco. O quizás mucho. Lo que siempre se puede decir es que "la aplanadora del rock" no es una mera frase marketinera o un deseo inalcanzable. Es una realidad prístina y tan contundente que me parece ya que "aplanadora" les va quedando un poco chico. Lo más notable del caso es que siempre lo fueron, desde los comienzos. Y yo lo puedo decir porque estuve ahí. Los iba a ver a Cemento cuando apenas había salido su primer disco, 40 dibujos ahí en el piso, año 91, y no superábamos los doscientos, como mucho trescientos, fanáticos gritando, saltando y pogueando. Ya en aquel tiempo, en el que encontrar una banda que tuviera buen sonido era casi milagroso, ellos estaban un paso más allá y sonaban que daba miedo. Seguí viéndolos varias veces en Cemento, y también los vi en Die Schule, el otro reducto de Chabán, el mismo día de su inauguración. 
Divididos era siempre otra cosa (como Sumo, por supuesto). Por eso íbamos a verlos, e iba a verlos gente de "otro palo", como yo misma, porque en el ambiente se sabía que muy pocas bandas sonaban como ellos y porque Mollo siempre fue un guitarrista para sacarse el sombrero. En aquellas épocas de descontrol total (antes de su etapa Natalia Oreiro, digamos), Mollo descosía su guitarra y tocaba versiones de "Voodoo child" que hubieran hecho estremecer al mísmisimo Jimi Hendrix. Pero, como pude comprobar ayer con la versión que se mandaron de "Sucio y desprolijo" del master Pappo, esa magia sigue intacta. Aunque ya no toque con los dientes como antaño. 
El show de anoche en el Luna Park, que observé, disfruté, gocé y deliré sentadita como una lady que soy ahora (atrás quedaron las épocas del pogo, el head-banging y algún ocasional stage-diving para mí), fue, sencillamente espectacular. Rock y folclore mal. Metal y carnaval. Rock n' roll y pueblos originarios. Violines, bombos legüeros, coplas, zampoñas, órganos Hammond y guitarras eléctricas todo junto. Un desmadre. Una gozada, como dirían los españoles. Un despliegue infernal de vértigo y emoción. Un aluvión, un Karnak de sonido. Una catedral viviente de música irrefrenable. Lean, por favor, "Las ménades" de Julio Cortázar y tal vez comprendan algo de lo que digo. Una locura. Un delirio de los más maravillosos.
Pero, claro. Presentaban el disco nuevo, Amapola del 66, y prácticamente lo tocaron entero. Esta vieja chota y rídicula quería escuchar las canciones de su época, de sus discos favoritos, es decir, de los discos viejos, así que verdaderamente se descontroló cuando tocaron "Qué ves" (en una versión increíble con violines), "Cristóforo Cacarnú" e "Indio dejá el mezcal" (en sendas versiones desquiciantes con zampoña y otro instrumento andino cuyo nombre desconozco pero es similar a un corno alpino), "Rasputín/Hey Jude" y dos demoledoras, emocionantes y absolutamente frikiantes versiones de "Mañana en el Abasto" y "Nesquik" (esta última con el saxo de Roberto Pettinato y todo), que fue lo más cerca que se pudo estar de ver a Sumo para aquellos que no tuvimos nunca esa bendición. También tocaron una versión hermosa de "With a little help from my friends" para la que recibieron, justamente, la ayuda de Fabiana Cantilo, Hilda Lizarazu, Isabel de Sebastián y Claudia Puyó. No fueron las únicas invitadas, hubo muchos más, entre ellos el mítico Ciro Fogliatta.
O sea: un disfrute total. Lo único que tengo para criticarles es que no tocaron "El arriero" pero bueno... se los perdono por toda la felicidad que nos brindaron y que se brindaron. Párrafo aparte merece el batero: ¡no se puede creer cómo toca ese pibe! Una bestia, un animal, un extraterrestre, no sé. Nunca escuché una batería sonar así y he visto a bateristas para sacarse el sombrero en numerosas ocasiones (baste mencionar a Lars Ulrich de Metallica y a Vinnie Paul de Pantera). Más lo escuchaba y menos lo podía creer. Y sin palabras, por supuesto, para Arnedo. Otro extraterrestre. Otro tipo tocado por algún dios o por algún diablo, no sé. Falta que lo haga hablar a su bajo y listo. Y qué decir a esta altura de Mollo. Yo creo que hay una sola palabra que lo define y que es la que, asimismo, es el eje rector por el que pasa la energía y la música de esta banda: pasión. Pa-sión. PASIÓN. ¿Quedó claro? ¡¡¡PASIÓN!!!
Eso que le falta a tanta gente, y ni siquiera lo saben. 
De nuevo: metal y carnaval, rock y folclore mal. Divididos, la aplanadora del rock y está todo dicho. 
Aunque el sonido es lamentable, les dejo este regalito: 

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