29 de abril de 2010

La curva felina

Ya dije por acá mismo que no me gustan las celebraciones del "día de...", pero como hoy es el día del animal, al menos en estos parajes dejados de la mano de Dios, voy a aprovechar tal circunstancia para hablarles (y mostrarles) de mis gatos. Ningún escritor que se precie de tal, sostiene un amigo mío, puede carecer de la esquiva y maravillosa compañía de un gato. 
Hay, incluso, gatos famosos por pertenecer, justamente, a escritores. Flanelle y Adorno fueron algunos de los gatos de Cortázar; Beppo, el gran gato blanco, acompañó muchos años a Borges. Baudelaire, mi padre nutricio, escribió hermosos sonetos dedicados a los felinos. Entre nosotros, Olga Orozco hizo otro tanto con sus Cantos a Berenice. Poe inmortalizó a todos los gatos negros con su cuento homónimo (del que he hablado ya aquí). Y los ejemplos siguen por cientos, he citado sólo los que recuerdo ahora. Esta página atestigua que lo dicho hasta aquí es apenas una ínfima parte de la inquebrantable alianza gatos-escritores.
Es probable que lo que sigue sea una sarta de insoportables  lugares comunes acerca del cáracter tan particular de los mininos pero no me privaré de ello porque los compruebo día tras día desde que tengo uso de razón. Siempre tuve gatos. 
Mi primer gato se llamaba Leo y era uno de esos atigrados de ojos profundamente verdes. Después vino mi relación gatuna más duradera: Alfonsina. Una esquiva, histérica y arisca (¿como su dueña...?) gata gris perlado que condescendió a convivir conmigo casi 10 años. Tenía unos modales y unos humos dignos de una princesa y era la gata más huraña que yo haya conocido. Sin embargo, dormía siempre conmigo y me dedicaba los ronroneos (o "motorcitos") más dulces que yo haya recibido. Durante algún tiempo estuvo con nosotras Chandon, un joven felino amarillo y atrevido que le hizo la vida imposible hasta que decidió irse tal como había venido. Después que Alfonsina murió pasé bastante tiempo sin compañía gatuna y la vida era francamente un erial. Así, apareció un día un gatito blanco y negro, al que bauticé Piru y luego llegaron dos hermosos gatos, hermanos: uno blanco y negro y la otra con muchas manchitas. Como eran hermanos, les puse Pericles y Merlina, un sentido homenaje a la familia Addams, por supuesto. Pericles un día también se fue pero no sin antes dejar preñada a Merlina (entre gatos no hay moral) y así apareció otro gato blanco y negro hermoso al que bauticé, nuevamente, Piru y muchos otros gatitos que fueron creciendo y yéndose por su propio camino a lo largo de estos años. Una de ellas era una hermosa gata gris y blanca que me dio otra gatita exactamente igual que ella, acaso como regalo de despedida, porque un día se fue y nunca más regresó pero me dejó a su hermosa hijita, a quien llamo Bebé. Y hace ya algún tiempo otra gata se unió a la familia sin permiso de nadie y se convirtió en la más mimosa de todas. Sin embargo, yo sigo llamándola Intrusa. Recientemente, tanto Merlina como la Intrusa tuvieron gatitos y ahora la casa está sembrada de miaus, pelos y bigotes. Ahora tenemos dos demonios negros, una osita de pelaje manchado, una de patitas blancas, una rayitas, dos a los que aún no sabemos como identificar y otro chandonito. A pesar de las molestias, no sabría vivir sin un gato cerca. 
Como dice en la página que les cité más arriba, los gatos son animales políticamente incorrectos. Son sinceros, independientes, orgullosos. Saben de nuestra admiración, de nuestro regocijo al verlos caminar tan seguros por cualquier superficie; saben que llaman poderosamente nuestra atención con sus ojos verdes y dorados, con su pelaje suave y tibio, con el lenguaje prístino de sus colas. Saben el poderío que ejercen desde tiempos inmemoriales, saben de su supremacía sobre los perros y sobre cualquier otra mascota que nunca provocará la misma fascinación que ellos. Traen lo más salvaje y lo más refinado en el mismo envase. Nos aligeran de las pesadas cargas del día con que sólo los acariciemos o les prestemos atención. No son babosos ni impertinentes ni tontos como los perros (que me perdonen los amantes de los perros, pero salvo excepciones es así). No son codependientes, no se rebajan nunca a la esclavitud, no son reductibles a nada que no sea su soberano deseo. Son mágicos, son nocturnos, son pequeños dioses con bigotes, deslumbrantes faros que alumbran las noches más oscuras con el fulgor de sus ojos. Son inteligentísimos, son hedonistas, son gozadores de todos los placeres por los que vale la pena haber venido a este mundo: comer, dormir y fornicar. 
Aquí, algunas fotos de mis mininos: 


Alfonsina, alias "Tutuni", ca. 1992.



Uno de los tantos Pirus, ca. 2003.



Merlina y yo, ca. 2007


La madre de mi Bebé, Merlina y la hermana del Piru en una mañana de sol, 2008.



La Intrusa y una camada de gatitos, 2008.



Merlina y mi Bebé, cuando ésta era un idem, 2009.



El Piru actual, alias "Mi príncipe", entrando por la ventana de mi estudio, 2009.



Mi Bebé, durmiendo, 2009.

P. D.: Soy, por supuesto, de esas personas que van por la calle y cuando ven un gato inmediatamente se detienen y se agachan (es decir, se ponen a su nivel) a acariciarlo y a recibir sus interminables mimos. Con orgullo puedo decir que jamás ningún gato, callejero, familiar o doméstico, se me ha resistido.

27 de abril de 2010

Las curvas y los caminos de la vida

¿Alguien ha notado los hermosos días que este otoño nos está regalando, al menos por estos lares? Días de sol, templados, con unas ligeras brisas que despeinan lo justo y sólo a la mañana muy temprano o a la noche ya tarde son plenamente frías. Días con hojas que crujen y con rayos de sol que se inmiscuyen entre ramas todavía verdes. Días tan doradamente otoñales que parecen primaverales. Espero que alguien lo haya notado porque yo también estaba a punto de perdérmelos (irremediablemente, lo que es aún más triste) sumida en mis tribulaciones habituales: que si yo lo quise y él no (o sí); que si se terminó; que por qué tiene que haber alguien sí o sí en mi vida para que todo lo demás se mueva; que por qué siempre me busco cosas, amores y pasiones complicadas; que de dónde vengo; que a dónde voy; que por qué soy siempre la otra, la amante, la clandestina; qué que importa; que por qué me importa ahora y no antes; y así por el estilo. Y a todo esto se sumaba la tremenda, incontestable, insalvable tribulación de ser una indocumentada más y, por si fuera poco, no tener ningún acceso al dinero ganado con el sudor de mi frente (o de mis dedos, digamos). Todo tragedia, todo traba, todo tan lindo para las ensaladas rusas de mi psiquis a las que soy tan afecta. Buhhh.
Por suerte, una parte de esas tribulaciones tan improductivas ya se ha terminado: hoy he vuelto a pertenecer a la tribu de los documentados, al clan de los legales, a las huestes de aquellos que hacen las cosas como deben hacerse (por lo menos... ciertas cosas; respecto a otras, nunca aprendo, al parecer). Y consecuentemente ya he accedido a mis dinerillos y ahora tengo que empezar a pagar deudas y cuentas pero bueno... es mejor eso que no poder disfrutar ni usufructuar lo que es mío. Y todo porque, esta vez, no me quedé esperando
Esperar. Es todo un tema para mí. Odio esperar, digo siempre, y sin embargo esperé años por el amor de cierto hombre (ya saben quién). Odio esperar y sin embargo estaba dispuesta a seguir esperando el fuckin' documento que nunca llegaba (y que probablemente iba a llegar para mi cumpleaños o para el día del arquero -pobres los arqueros ¿no se merecen ellos también su día?). Odio esperar y sin embargo soy perfectamente capaz de hacerlo porque mientras uno espera está totalmente dispensado de hacer nada más (es decir, así funciona el autoengaño al que lleva la espera inútil y prolongada). Uno no está ahí sin hacer nada... está "esperando". Y mientras tanto la vida pasa, el documento había que ir a reclamarlo y los amores es mejor declararlos cuando se sienten, cuando revientan contra las entrañas que guardárselos años y años como tesoros hundidos en un galeón pirata. Pero no, no, uno "espera", ergo, no tiene que hacer nada... salvo "esperar". Esta clase de pensamiento tautológico y perturbador me ha llevado por caminos muy erróneos a lo largo de mi existencia; por eso celebro esa lucecita que hoy me dijo "andá a buscar tu documento y a la mierda todo" porque en efecto allí estaba el muy ladino (¿esperándome él a mí, acaso?). Quizás hubiera llegado por correo tal como me dijeron cuando lo tramité, pero es evidente que no iba a ser en el transcurso de esta semana como yo tan ilusamente creía...
Señalo todo esto de los caminos de la vida a propósito de una imagen que mi amigo D. comentó en la red social Buena Foto haciendo bandera (ay, ¡cómo lo quiero!) de este espacio curvo y desviado. Al ver la foto comprenderán por qué D. ha tenido esta nueva deferencia con su amiga e ¿hija del corazón? (ja ja), con su princesa, como tanto le gusta llamarme y como tanto me gusta a mí que me llame. Así pues la moraleja de todo esto para mí es: de vez en cuando vale la pena esperar (pero muy poco, tampoco la pavada), pero en otras ocasiones hay que dejarse de remilgos y mariconadas y, simplemente, actuar (aunque sea algo tan trivial como ir a buscar un puto documento). 
¡Disfruten la imagen...!















Fotografía de José Francisco Girona

23 de abril de 2010

La curva de los libros

Aunque ya se está por terminar, hoy es el Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor. Se debe a la feliz (y falaz) coincidencia de las fechas de muerte de dos insignes vates: Shakespeare por un lado (aunque ciertamente murió el 3 de mayo de 1616 y no el 23 de abril) y Cervantes por el otro (quien habría muerto el 22 y habría sido enterrado el 23 de abril). En fin, minucias temporales aparte, en Europa -y sobre todo en España- es una celebración concurrida y en Cataluña coincide con el día de Sant Jordi, con lo cual los regalos usuales consisten en un libro y una rosa, símbolos de lo eterno y lo fugaz, según leí hace ya muchos años en un señalador.
En general deploro la existencia de cualquier "día de" pero en este caso me sirvió para volver a acercarme aquí luego de varios días de cierta sequía (o no sé si llamarlo desinterés o, mejor, desmotivación). Como muchos ya saben, soy bibliófila. En realidad, me gusta más denominarme bibliómana, porque en el bibliófilo las ansias obsesivas pueden llegar a tal nivel que impiden casi toda relación con el objeto de sus desvelos, pero, en cambio, en la bibliomanía, la idea de adicción y abuso que implica me cae mucho mejor: yo amo los libros, yo vivo entre libros, trabajo con libros, escribo -o intento escribir- libros, llevo libros a todas partes y, más aún, traigo libros de todas partes. Hay quien me ha dicho que ya debo haber leído más que Borges pero no es cierto. He leído, sí, pero no tanto. No he leído Hyperión de Hölderlin, por ejemplo; ni la Divina Comedia ni Gargantúa y Pantagruel, sólo por citar tres ejemplos. No he leído a la mayor parte de los contemporáneos y sé que ya no lo haré. Me falta leer a muchos autores del siglo XIX, por ejemplo, que como muchos lectores que también me siguen en Fauna Abisal saben, es mi siglo favorito en lo que a literatura se refiere. No he leído a tantísimos poetas que debería leer no sólo para el bien de mi salud mental sino también poética. En fin. No pretendo leerlo toooodooooo, pero sí todo lo que pueda. 
Las librerías, las bibliotecas, cualquier acumulación de libros, ejercieron siempre sobre mí una fascinación sin tasa, sin coto, sin límites (bueno, mi psicoanalista insiste en que "no tengo límites" aunque no se refiere precisamente a los libros, pero pongamos). Es instintivo: veo un libro y tengo que tocarlo, abrirlo, inspeccionarlo. No importa de qué trate, yo necesito ver por mí misma qué es, qué dice, de qué autor es, de qué año, de qué editorial... Oh, sí. Soy, en el fondo, una bibliotecaria frustrada. Peor aún, una monja intelectual. Siempre se me figuró que viviendo recluida en un convento y con libre acceso a la biblioteca del mismo, cual si fuera sor Juana Inés de la Cruz, yo sería muy feliz. Incluso más que feliz. Pero en lugar de convento tengo mi propio estudio, en el que también me recluyo noche a noche y trato de pergeñar mis cosas. Y los libros me acompañan desde que tuve uso de razón.
Lo más extraño y llamativo del caso es que en mi casa no había libros ni nadie que leyera. No procedí por imitación ni por seguir ningún buen ejemplo, ya que simplemente no lo había. Fue una determinación propia, un movimiento soberano de mi incipiente voluntad el que decidió que los libros fueran parte esencial de mi existencia. Y empezó tímidamente, con un Principito regalado para "entretenerme" mientras me recuperaba de unas anginas y con la edición condensada para niños de Moby Dick, de la que ya he hablado aquí. Algún tiempo después, de vacaciones en Santa Teresita, fui a una de esos típicos comercios de nuestras costas donde venden revistas y libros por igual, sin el menor orden ni concierto. Allí descubrí un libro de Herman Melville y nació la bibliomána que hoy ustedes conocen. Simplemente tomé el libro de Melville, Billy Bud, marinero, y dije "quiero este", con total seguridad acerca de mi elección. La ecuación había sido muy fácil: me encanta el mar / Moby Dick es sobre el mar / Herman Melville es el autor de Moby Dick / Por ende este otro texto suyo que también habla sobre el mar debe ser bueno. No hizo falta más y en general he seguido aplicando un criterio bastante similar a ese cada vez que compro libros.
Después de ese libro pasaron varios años hasta que volví a comprar libros "por mí misma" pero una vez que arranqué (digamos a eso de los 16 años) no he parado hasta el día de hoy. Es así como se llega a una biblioteca de 2600 volúmenes (y contando...), y comprando siempre libros usados, saldos, en oferta, etc., nunca jamás nuevos, a menos que fuera indispensable (es decir, por la facultad), y revolviendo siempre en las bateas y en las mesas y no permitiendo jamás que ningún vendedor ignorante e inepto se inmiscuyera en mis asuntos libreriles. Odio, por ejemplo, a los esforzados vendedores de Plaza Italia que, ante la imposibilidad de desplegar sus mesas como antes (aunque el sábado pasé y me pareció ver varias mesas infractoras por allí...), al pasar uno por sus puestitos dicen, como si ese fuera su deber, "¿qué andás buscando?". Señor (o señora), no sé qué estoy buscando. No estoy buscando nada. O estoy buscando todo. Yo dejo que los libros me encuentren a mí, ¿comprende? Simplemente salgo dispuesta a lo que sea. Así y no de otro es como debe comprarse siempre un libro. Dejándose sorprender, dejándose amar y seducir por los libros. Nada de "¿tenés el último de Paulo Coelho?" ni mucho menos "sí, estoy buscando tal o cual cosa". No, señor. Eso lo hacen los que no son lectores compulsivos, los que no son escritores, los que leen como podrían igualmente mirar televisión o andar en bicicleta. 
Así y sólo así he logrado reunir libros tan dispares, maravillosos y extraños en mis anaqueles. Un diccionario español-ruso que cabe en la palma de la mano, fechado en 1939 y con una dedicatoria que reza "Para que vayas acostumbrándote a decirlo en el idioma de Pushkin" (!). O una Historia de la Literatura de 1902 editada en Barcelona por Montaner y Simón. O libros en idiomas que aún no domino como el húngaro y el alemán. O una edición con bellísimas ilustraciones de Cuento de abril de Ramón del Valle-Inclán, que seguramente me salió una ganga. O un libro traducido por Mansilla (de quien ayer hablé en Fauna Abisal) y Dominguito Sarmiento, editado en la colección que a principios de siglos salía junto con el diario La Nación... Sin contar mi paciente y venturosa recolección de los libros de la colección Capítulo del CEAL, muy especialmente de la Biblioteca Argentina Fundamental que ya ocupan su propio estante y que sigue creciendo, pues siempre aparece alguno de ellos entre las ofertas y los saldos. Y hasta tengo una Biografía del libro, un ensayo de Raúl Castagnino sobre este objeto tan hermoso que hoy nos convoca y que los agoreros de siempre pretenden que pronto dejará de existir... Pues les tengo noticias: cosas así se vienen diciendo desde que Gutemberg realizó su genial invención y ya ven...
Los dejo con un poema de Quevedo (¡otro de mis dioses máximos!) que resume perfectamente todo lo que yo siento -y sentiré siempre- por los libros: 

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.

Francisco de Quevedo

Las imágenes que ilustran este post me pertenecen y fueron tomadas con mi nuevo celular Nokia 7020. 

16 de abril de 2010

Curvas fotográficas

Hoy no voy a aburrirlos con mi planto por mi identidad perdida ni por el esplín decimonónico que me estuvo rondando toda la semana. Es viernes, ya arranca el fin de semana, salió el sol... Digamos que estaría bueno terminar una semana de mierda con algún mensaje medianamente positivo. 
Una lectora de este blog tuvo la deferencia de acercarme el nombre del fotográfo de unas bellas imágenes curvas que posteé en el 2008, así que considero una obligación moral e intelectual compartirlo con ustedes e invitarlos a visitar su página web porque es genial. Desconozco los parámetros técnicos para lograr estas fotos, imagino que mis amigos fotógrafos podrán darme alguna pista al respecto. ¡Ah! ¿Y cuál demonios es el nombre del fotográfo en cuestión, no? Es Sam Rohn
Espero que disfruten de las imágenes pero más de las sorpresas que los están aguardando en el fin de semana (¡cuiden sus bolsos, chicas, eso sí!). See you soon!

Posteo original con fotos de Sam Rohn sin saber que eran de él, empepinando acá

Página oficial de Sam Rohn, apretando fuerte acá

Infra, otra foto de Sam Rohn no posteada en su momento: 


13 de abril de 2010

La vida en pausa (o las curvas donde nada pasa)

Sigo indocumentada e incomunicada. La vida en pausa. Una vez más la montaña rusa del amor me sorprende con sus idas y venidas, sus rizos, sus vueltas carnero, sus trepidantes e inquietantes mesetas. Quizás es que la cosa venía medio acelerada (o medio a los tumbos, según como se vea) y los dioses del universo (sí, yo siempre he sido politeísta) decidieron darme un respiro. Pero ¡qué respiro más aburrido...!
Porque venía embalada como loca en cierta historia, que ahora pareció -o parece- frenarse. Porque se vislumbraban encuentros posibles e imposibles. Porque en el camino se me cruzó, de la nada, ya saben quién. Porque renacían pasiones después de tantos años de silencioso y distante cortejo. Porque aparecían horizontes cálidos, mansos y majestuosos allá a lo lejos. Pero ahora todo se ha detenido. Nada acontece. Todo está en un molesto stand still, en una foto fija que no me agrada, porque no dice nada. Porque no hay nada (mucho menos nadie). 
Pero qué sé yo. La lluvia me pone así también. Con una especie de melancolía serena. Aunque tenga algún que otro arranque de furia, por nimiedades o por los grandes problemas de toda existencia (a saber: ¿cuándo veré una vaca volar? ¿cuándo me llegará una estrella por correo -ya que el documento aún no me llega? ¿cuándo conoceré a un hombre libre, sin compromisos y listo y dispuesto para el amor? ¿cuándo me resultará realmente atractivo el hombre de la pregunta anterior? ¿cuándo se arreglará la administración de SeDiCI? ¿cuándo tendré todo un serrallo de hombres tan o más lindos que Georges Corraface sólo para mí? ¿cuándo habitaré una ciudad completamente desconocida? ¿cuándo tendré la suerte de ganar el loto -no importa que jamás juegue, se entiende? ¿cuándo completaré mi biblioteca -nunca grita un cuervo poeniano por detrás? ¿cuándo alcanzaré la mayoría de edad -nunca vuelve a decir el mismo cuervo? ¿cuándo me ocuparé debidamente de todos mis blogs -y el cuervo repite, etc.? ¿cuándo leeré todo Cortázar, todo Borges, todo Oliverio, toda Alejandra? ¿cuándo escribiré un poema definitivo, inolvidable, certero, impoluto? ¿cuándo mi novela? ¿cuándo encontraré los cuadernos que me robaron, las ilusiones que me robaron, la ropa, las ganas, los motivos, las ansias? ¿cuándo asumiré mi femineidad por completo? ¿cuándo el pasto será rojo o azul o violeta? ¿cuándo me mudaré a una isla caribeña a tomar daiquiris debajo de una hermosa palmera? ¿cuándo hablaré con los muertos, con mis muertos? ¿cuándo sorprenderé a una mesa en el exacto momento en que se esté rascando una pata como todas las mesas hacen cuando no las miramos -¡gracias, Julio!? ¿cuándo dejaré de preguntarme dónde, cuándo, cómo, quién y por qué?). 
La lluvia me pone así, dije. Ya ven. Hoy hubiera querido tener mi telefonito para sacar alguna foto de las nubes correteando por el cielo, oscuro y presagioso, o de algún charco o esas imágenes que siempre se nos ocurren tan fotografiables en momentos así (al menos a mí) pero no pudo ser. Tantas cosas no pudieron ser... pero no quiero ponerme pesimista. Pero revuelvo en el archivo de las fotos que sí pude sacar en su momento y les comparto una, a modo de ilustración de mi estado de ánimo de hoy.


- Río de Quilmes, 2009 -

Es sólo una pausa. Sucede que en la ficción esto se arregla con un maravilloso espacio activo (es paradójico que se llame 'activo' al espacio en el que precisamente no pasa nada, ¿no?) o con un cambio de escena, de enfoque, de narrador... En la vida real, eso se complica un poco. Pero sólo un poco. 

9 de abril de 2010

La curva de la música

Resignada ya a que nunca recuperaré los cuadernos que estaban dentro del bolso que me robaron (a menos que ocurra un milagro), la cosa que más extraño de todas cuantas allí había es mi telefonito. Pero no por el hecho de "estar comunicada" ni ninguna de esas paparruchas. Lo extraño porque allí llevaba yo mi música, mi música particular, singular, adaptable a todas las circunstancias, a todos los estados de ánimo, a todos los fluctuantes histerismos de mi mente loca y apasionada. Sin mi música personal ando perdida. Desajustada. Me falta algo. Y me falta precisamente esa magia portátil, esa maravillosa taumaturgia que se opera cada vez que uno escucha su música favorita, esa que le revuelve el alma, que le alborota el pelo y el corazón, que se le sube a la cara, que hace mover piecitos y manos, que nunca, jamás, nos deja indiferentes. 
¿En qué consiste este verdadero encantamiento que ejerce la música sobre nosotros? No sé ustedes, pero a mí la música me abraza desde mi más tierna infancia. Creo que en el fondo siempre quise ser una cantante de rock pero ni la naturaleza ni la genética me han bendecido con el don del canto (por momentos logro creer que sí con el del cántico, es decir, el de la poesía). Soy positivamente mala cantando, no sólo mala sino desastrosa, penosa y lamentable. Aún así, me encanta cantar, con perdón de la tremenda aliteración, pero es que precisamente así es. Uno canta y se encanta a sí mismo, espanta los miedos, se llena de aire y poder, y si los dioses le fueron favorables, puede encantar -y seducir a rabiar- también a los demás. Amé siempre la música (y a los músicos, ya se sabe); más allá de estilos o bandas favoritas, siempre la música estuvo presente en mi vida. Y ahora que no la tengo, que tengo que aguardar a que se den ciertas circunstancias para que se puedan dar otras y así recuperar mi telefonito (o uno parecido) me doy cuenta del espacio que ocupa en mi vida y de la falta que me hace ese poder enchufarme a lo que tanto me gusta y disfruto. 
Por eso hoy les quiero compartir una página que encontré vía otro blog vía las alertas de Google. El otro blog tiene un nombre que lo vuelve primo o pariente no tan lejano de este: espaciocurvo y de lo que se trata es del World Science Festival del 2009, en el que se trató el tema "Notes & neurons: in search of the common chorus" (Notas y neuronas: en busca del coro común). La hipótesis es que ciertas escalas musicales, más específicamente las pentatónicas, ya vienen "pre-moldeadas" en nuestros cerebros y podemos reconocerlas siempre, aún cuando no sepamos ni papa de música. Aquí el posteo original de espaciocurvo donde se menciona esto y aquí todos los videos de los conferencistas y la cabal demostración de Bobby McFerrin de que dicha hipótesis no es en absoluto desacertada... 
Enjoy it!

6 de abril de 2010

La curva de las despedidas

Se suponía que ya no iba a hablar de vos, que ya nos habíamos despedido, que el año pasado había sido la última vez que te nombraba en este blog, pero ya ves, no es así. Tantas cosas se suponen usualmente que no es extraño que esto que no se suponía fuera a suceder, haya sucedido.
Hoy te vi. Estabas con tu hija (¡tan parecida a ella...!) en la estación de tren. Tantas veces que soñé, deseé y supliqué por un encuentro así y ya lo había desestimado, porque suponía que ya no andabas por el barrio. Pero no, ahí estabas. Cuando yo ya me había olvidado de esos pecaminosos deseos de volver a verte y encandilarte, cuando ya ni se me cruzaba por la cabeza que fuera posible, ahí estabas. Vos, el mismo, el de siempre, mi músico lisérgico y fantasmal, narcótico, vándalo, peligroso... Te dediqué tantos adjetivos en mis poemas que podría escribirse todo un glosario con ellos. Y ninguno nunca daba ni dio ni dará en la tecla. La tecla. ¿Qué tecla oprimiste para que yo te amara siempre así? No lo sé. Creo que nunca lo voy a saber. ¿Qué tecla oprimo ahora para seguir mi camino? ¿Delete? ¿Enter? ¿Backspace? No lo sé tampoco. 
Sólo sé que aunque no lo pareciera, ésta fue nuestra despedida. Visto desde afuera eran sólo dos personas, dos conocidos (¿quién sospecharía que éramos en verdad dos amantes?) que se encuentran, se saludan, charlan de banalidades y cada cual sigue su camino. Pero desde adentro fue distinto. Ni toda mi cháchara sobre los lamentables sucesos de que fui objeto los otros días (que le roben a uno tiene ciertas ventajas: se obtiene el protagonismo en cualquier conversación) ni lo poco que vos me contaste pudieron opacar ni ocultar lo que se estaba jugando por detrás. El tan anunciado y vilipendiando y buscado y evitado a la vez fin. Ahora sí. Ya lo venía sintiendo desde hacía rato (porque ni siquiera después de lo que pasó el año pasado podía aún admitirlo) y hoy quedó plasmado. Nada en la actualidad me une a vos y eso está muy bien. Allá quedó el pasado: en una cuenta de gmail que nunca volví a abrir, en algunos recovecos de tu blog, en pasados posteos de este mismo blog, en mis diarios y en mis poemas. 
Se terminó. Y está muy bien que se haya terminado. 
No me resulta fácil decirlo, sin embargo. Lo digo con lágrimas en los ojos, una vez más, pero sé que es lo mejor. Más aún, es lo adecuado, que siempre es mucho mejor que lo correcto. Ya no podría estar con vos: la vestal se fue hace mucho, se arrojó, feliz, como profetizo en varios poemas, en el centro de su propio fuego, del fuego que con tanto celo cuidaba día y noche. La sierva, la supliciada, la émula de Alejandra Pizarnik, de Sylvia Plath, de Erica Jong y de todas las mujeres maltratadas por el bruto de turno murió allí también. La prueba está en que hasta te fuiste de mi poesía. Otros son los musos que me inspiran ahora, otros los vientos, otros los caminos que recorro y que quiero empezar a recorrer con ansiedad adánica (o evánica, digamos). Otros son y nada hay de malo en ello y sé que si algún día llegás a leer esto lo comprenderás perfectamente porque vos también recorrés ya otras sendas y otras auras y otros duelos y eso está perfecto, es lo que tiene que ser, lo que siempre tuvo que ser (lo nuestro no, lo nuestro nunca tenía que ser). 
Me quedo, eso sí, con el abrazo que me diste y con lo que creí percibir en tu mirada: una mezcla de nostalgia y encanto, como esas últimas llamitas que quedan ardiendo cuando ya se enfrió toda la lava y el volcán que antes nos arrastró tanto y tan lejos empieza ya a humear, despacio, tranquilo, aliviado al fin. No quería quedarme con las imágenes del encuentro anterior, porque estaban cargadas de odios, rencores y tantos otros sentimientos negativos que siempre estuvieron amalgamados con lo más profundo de nuestro amor (o con lo que demonios haya sido). No quería odiarte ni cuando te dije que te odiaba ni cuando te eché de mi casa (oh, he sido siempre tan melodramática, ¿no?) ni cuando te dije cosas horribles e irrepetibles. Nunca hice otra cosa que no fuera amarte, ya no importa si a vos o a la idea mítica que yo tenía de vos. Pero no quería quedarme con esa piedra oscura y fría adentro, con ese peso que me llagaba, con ese dolor todavía presente. Por eso celebro que nos hayamos visto así, como se encuentra un día cualquiera la gente civilizada y mientras en la superficie se discurre acerca de las banalidades diarias, en lo profundo se restañan y curan todas las heridas. 
Ojalá haya sido algo así para vos también. 
Chau, amor, que estés bien, como te dije hoy. 


P. D.: Hoy me voy a dar el lujo de poner una foto tuya, de la misma manera que en su momento puse fotos de Zappa o de cualquier otra persona que juzgué digna de estar aquí. 

P. D.: Hoy volví a entrar en esa cuenta de gmail que ya no frecuento y encontré todos esos maravillosos, delirantes, enojosos, malévolos, hermosos y apasionados mails que intercambiamos hace ya tanto tiempo y me encontré con esta cita de la novela de Philip Roth, El teatro de Sabbath, novela de la que saqué otro de mis tantos seudónimos (Drenka Balich, el mismo con el que aún aparezco en tu blog): 

"Parodia, juego, el talento y el gusto de lo clandestino, el conocimiento de que todo lo subterráneo supera con mucho a lo terráneo, cierto equilibrio físico, el equilibrio que es la expresión más pura de su libertad sexual."

P. D. (última): En febrero pasado se cumplieron quince años exactos desde la primera vez que nos vimos... Y todavía hay sensaciones, momentos, palabras y miradas de esa primera vez que me resulta del todo imposible olvidar. Intuyo que eso nunca cambiará, al igual que la posesión demoníaca a la que aún me somete, con tanta facilidad y maestría, tu música.  

1 de abril de 2010

La curva de los reencuentros (virtuales)

Ya he hablado por aquí de Facebook y de su ¿extraño? poder para congregar a la gente. Al igual que los pueblos más primitivos se sorprenden con tecnologías que para nosotros ya son obsoletas, yo no dejo de sorprenderme de las coincidencias y conflagraciones que feisbuc puede producir, quizá sin siquiera proponérselo. Porque estoy segura de que no es una directiva del Facebook goverment que yo pudiera enterarme de cómo estaba, al fin, mi primer amor. 
Estuve años enteros (pero años, ¿eh?) preguntándome qué sería de su vida, en qué andaría, por dónde andaría, etc. Fiel a mi antigua costumbre de no innovar nunca hice nada por despejar esas dudas. Una poeta que se precie de tal no hace eso. Simplemente se queda preguntándose con nostalgia qué habrá sido de ese chico (ahora hombre) que le robara el sueño tantas noches y con el que compartiera otras tantas cosas (pero ninguna de las que ella realmente quería); la poeta que se precia de tal simplemente se queda, doliente, escribiendo al respecto, sin jamás mover un dedo. Eso atentaría contra toda una institución, contra todo un mito literario que dice que si una quiere escribir como Alejandra Pizarnik o como Alfonsina Storni deberá sufrir sus penas de amor con toda la intensidad que no pudo poner en llevar a buen puerto ese mismo amor o no será nada. 
Y la vida pasó, llegó el otro amor-dolor y otras tantas cosas, pero el pensamiento de qué habría sido de su vida permanecía siempre intacto en algún rincón. Cuando me uní a Facebook por supuesto que busqué su nombre, mas en vano. Sin embargo, no se me ocurrió buscar los nombres de mis otros compañeros de la secundaria, a ver qué onda. Tuve la dicha de ir siempre al mismo colegio, el Nacional de Quilmes (le cambiaron el nombre en el noventa y pico, pero jamás acepté ese cambio y no voy a empezar ahora) por lo que incluso podría haber buscado por el colegio mismo pero tampoco se me ocurrió. ¡Tantas cosas no se me ocurren a veces...! Pero, de una u otra forma, el laberinto que conforma nuestros días prosigue tejiendo su secreta trama y por allí apareció, vía uno de mis primos (a quien también reencontré en Facebook, alabado sea) una compañera de la secundaria y luego otra y de pronto varias caras conocidas reaparecieron en el horizonte, caras y nombres que la arena de los días ya habían sepultado muy hondo y que sin embargo estaban allí presentes... Pero ninguno era el nombre que a mí me interesaba. 
Empezó entonces un profuso intercambio de mensajes para coordinar una reunión/reencuentro, otra cosa que parece propiciar con todo gusto Facebook. Asistí muda a ese intercambio de mensajes porque aún no me decidía del todo (de hecho, tampoco estoy decidida ahora). Hace por lo menos quince años (si no más...!) que no me veo con casi todos ellos. Yo repetí cuarto año, dejé quinto y retorné al año siguiente. Volví a ver a uno de mis compañeros de esos últimos dos años en la facultad pero tampoco mantuve contacto con ninguno de ellos. Cultivé siempre mi solitaria reclusión y me di con muy poca gente en mi turbulenta adolescencia, siempre enajenada con los libros y el heavy-metal. 
He ahí la cuestión: con él compartía precisamente eso. La invencible pasión lectora y la música, la fundamental, sublime, espectacular, maravillosa música. Porque él, queridos leyentes, era músico, prefiguración benévola de ya sabéis quién, de aquel que después se llevara toda mi poesía y todos mis anhelos. Él era músico y espero que lo siga siendo porque tenía talento de sobra. Podía sacarle música a cualquier cosa que se le cruzara por delante. Podía hacer sonar cualquier instrumento, cualquier cosa, todo era música en sus manos. Y yo también. Mis primeros poemas (podría decir "de amor" pero en ese momento eran lo mismo, la ecuación era poesía = amor) fueron para él. Mi primer libro (que sabatianamente rompí -y tiré- en una noche de desesperación) estaba dedicado a él. Mis primeras lágrimas y desconsuelos, mis primeras alegrías y estremecimientos fueron también para él. 
Y entonces, entremedio de ese intercambio de mensajes que yo seguía sin demasiado entusiasmo, "nos encontramos acá, allá, no, mejor acullá, fulano viene, mengano no sabe, etc.", apareció un nombre que casi me hace saltar de la silla. ¿Sería posible que fuera él? Teníamos otro compañero en aquel tiempo que también se llamaba como él. Tenía que preguntar. Tenía que saber. Entonces decidí responder uno de los tantos hilos de ese mensaje y, como quien no quiere la cosa, pregunté si se trataba de él. Y era. Hoy, otra compañera, me escribió y me acercó su número de teléfono, pero no es eso lo que importa. Lo que importa es que me acercó también las fotos de otro reencuentro de ex-alumnos del Nacio donde estaba él. Entonces lo vi. 
Era él, qué duda podía caber. Pero tan distinto que no sé si lo hubiera reconocido si me lo cruzaba por la calle. Todavía no sé qué es de su vida, ni si sigue tocando, si estará en una banda, etc. Pero está bien. Está vivito y coleando, como quien dice. No es adepto al ciberespacio, por lo que me dicen mis compañeros, con lo cual se entiende que cada vez que googleaba su nombre nada aparecía. Sigue viviendo donde vivía entonces, igual que yo. ¿Cómo es que nunca volví a cruzármelo...? La última vez que lo vi fue en 1993. Yo todavía estaba en el colegio, cursando quinto año, decidida a terminarlo de una vez. Nos habíamos cruzado fugazmente en el recital de Metallica, allá en Vélez, la primera vez que vinieron (sí, yo estuve ahí y lloré como una condenada... ¡tantos años de verlos sólo en posters y videos y de pronto estaban ahí, eran reales!). Después creo que vino para mi cumpleaños y luego creo que una vez más. 
Luego nada. Luego todo. 
Y ahora me pregunto qué hubiera sido de mi vida si en ese tiempo lo hubiese buscando con un poquito más de ahínco, si hubiera procurado que el contacto no se perdiera, si al menos hubierámos seguido siendo amigos (claro que nunca fuimos otra cosa, pero vaya alguien a explicarle eso al tonto de mi corazón), si... En fin, mentalidad de novelista. Deben saber, caros leyentes, que un narrador es siempre aquel que comienza sus preguntas con un "¿Y qué hubiera pasado si...?". No sé qué hubiera pasado si, pero estuve años enteros preguntándomelo y fantaseando al respecto. 
Durante tantísimo tiempo sostuve un "amor" que me permitía evadir cualquier tipo de relación certera y real con otro hombre, ya que ninguno era tan "genial" ni tan "divino" ni tan "perfecto" como él. Después, cambié de objeto de deseo (no mucho, otro músico, más genial, más divino, más perfecto, si acaso era posible...) y proseguí con la misma táctica. Hace apenas dos o tres años que estoy tratando de cambiar eso y evitar, de aquí en más, endiosar a nadie. Pero me cuesta. Me cuesta horrores. Yo no me conformo con "amar", yo tengo que admirar primero, incluso idolatrar, antes de poder llegar a eso. Se me dirá que es un comportamiento infantil. Es posible. Los poetas nunca dejamos de ser niños. Es lo único que nos permite, creo yo, seguir maravillándonos y escribiendo. Pero, reconozco que en algunas cosas está bueno abandonar ese tipo de niñerías. En esta del amor, con seguridad que es lo mejor.
Y ahora que he visto esas fotos, no sé qué pensar. ¿Podría volver a compartir algo con él en nombre de todo lo que compartimos en el pasado? ¿Se puede reanudar una relación con alguien después de más de quince años de no verse, de no saber nada, de no tener ningún tipo de contacto? ¿No hay hasta una cierta violencia en ese tipo de reencuentro? ¿No preferiría uno mantener aquella imagen juvenil y desfachatada..., libre de toda horrible adultez? Ya sé, el complejo de Peter Pan va a terminar matándome. No me importa. En mi imaginación él siempre va a tener el pelo largo, enrulado y hermoso, ¡tan parecido al mío!, y va a seguir siendo mi cómplice, mi compinche, mi compañero de banco preferido... 
Pero también me pregunto ¿qué recuerdo guardará él de mí y qué pensaría al verme ahora?
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