8 de marzo de 2010

La mujer es pura curva

Me gustan las mujeres transgresoras. No las que transgreden por transgredir sino las que lo hacen a sabiendas. Las que desprecian las horrendas tareas domésticas y se mofan de ellas. Las que nunca gastarían más de dos horas de su vida para limpiar una casa entera. Me gustan las mujeres que no creen que la maternidad sea lo máximo ni lo único a lo que pueden aspirar. Las que ejercen la maternidad de otras formas, vendiendo incluso su cuerpo a los desposeídos. Me gustan las mujeres que son jefas y no tienen miedo de serlo, que saben poner límites, que se enojan enseguida pero recuperan la calma después de una sonrisa. Las que no observan el paso marcial de todas ni las modas tontas y locas ni se creen ninguno de los juramentos que les hicieron creer en el colegio ("los nenes con los nenes, las nenas con las nenas"). Me gustan las mujeres irracionales, conectadas con lo más profundo y atávico de sus úteros, con sus antenas siempre encendidas y recogiendo los datos más fiables e interesantes del ajeno mundo exterior. Me gustan las mujeres que fabulan, que anidan, que por momentos se esconden, que cultivan con gracia y prontitud el misterio. 
Me gustan las mujeres fuertes, apasionadas, dulces, carismáticas, un poquito soberbias. No me gustan las mujeres marimachos ni las que creen que ser libre o emancipada es imitar en todo, hasta en lo más burdo de su habla y vestimenta al hombre. No me gustan las que sólo saben hablar de sus hijos sin que éstos hayan hecho algo diferente de haber nacido y crecido como todos los demás mortales. No me gustan las mujeres que tardan cinco horas en arreglarse, que se cambian veinticinco veces antes de salir, que no se deciden, que no se dicen, que no se aman. No me gustan las mujeres que suponen que el hombre es el enemigo y sólo merece nuestro escarnio e indiferencia. No me gustan las que no asumen su feminidad ni su masculinidad. No me gustan las que priorizan todo menos ellas mismas ni las que suponen que deben seguir los pasos de sus madres o sus abuelas. No me gustan las mujeres que se callan, que se aguantan, que reciben un golpe tras otro porque suponen que así deben ser las cosas. Las cosas no deben ser de ese ni de ningún otro modo, salvo el que ellas realmente quieran.
No me gustan las mujeres que esclavizan al hombre a un trabajo miserable e indigno y todavía tienen el tupé de tratarlo como a un trapo de piso. Las que no entienden que no existe un mejor amigo posible aunque ellos nunca puedan reemplazar, ni de lejos, a nuestras amigas mujeres. No me gustan las que no se juntan con otras mujeres a charlar, a chusmear, a cuchichear y reírse a las carcajadas por cualquier cosa. A llorar juntas también. A lamentar lo perdido y celebrar lo dado. Me gustan las mujeres que salen, que pelean, que están, que nunca fallan, que se parapetan en sus propios cuerpos para enfrentar lo que sea. Me gustan las mujeres que son curvas, que se estiran, que se doblan, flexibles y sensitivas como la flor más exquisita.
Me gustan las mujeres que escriben desde sus entrañas, que no reniegan de sus menstruos, que sueltan su pelo y sus ideas, que sólo se atan al mástil de sí mismas cuando están en peligro y que se entregan, libres, salvajes, poderosas, sabias, eternas, al hombre que aman cada vez que éste tiene la inmensa dicha de encontrarlas. 

Dedicado a todas mis amigas mujeres en el Día Internacional de la ídem, con el deseo de que todas podamos llegar a ser alguna vez una de esas mujeres. 

1 comentario:

Daniel Medina dijo...

No me gustan los hombres que no saben qué es una mujer y que a la vez proclaman que "todas son iguales". No aprecio a los hombres que conciben ala mujer como una prisionera de sus “ridículos atributos” masculinos. Detesto a los hombres que dicen – “nunca más me meto con otra, que se caguen”, mientras claman a gritos recuperar el dulce contacto con sus madres que, por supuesto, nunca han sido “esas putas”.

Aborrezco tantos siglos de hipócrita admiración por la “Madre Virgen” del “Hombre” que vino a “salvarnos” de todos esos “hombres” que se atrincheran en la ridícula escritura de unos escritos que ellos mismos proclaman “Sagradas” y que ellos mismos torcieron hasta desvirtuar toda credibilidad de tan bella y cruel literatura legada por milenios.

Detesto que todo esto haya de ser detestado aun porque esto significa que muy poco ha cambiado en “la eternidad” en la que, se supone, descansa nuestro presente, pasado y futuro.

Odio, pero con todo el odio que me es posible, a los sempiternos profanadores de la tumba que ellos mismos cavaron para mí el mismo día en que nací como lo hicieron con para todos, de la misma especie y de diferente género como dice la “historia” que quieren imponernos deformada.

Amo a las mujeres simples que saben reír y a los hombres simples que saben llorar. Amo las almas que son capaces de entregarse dejando de lado estas crueles aberraciones que nos enclavan en sus concepciones de “TODO”. Sin distinciones, mujeres u hombres venidos por azar al “paraíso terrenal” que, afortunadamente, intentamos construir aun, los amo.

Amo a mi amiga, una de las más fieles cultoras de la “pura amistad” que he conocido.

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