14 de agosto de 2009

Lo de adentro (o tiempo de balances)


Hoy no hay alertas ni botánica ni astronomía ni matemática. No hay nada tampoco. O, mejor dicho, hay de todo. Fue una semana rara, las noches se fueron complicando solas, se pusieron espesas con estos maravillosos calorcitos pre-primaverales y me entretuve con otras cosas, o con nada en particular, y al final no vine a postear ni un día, ni acá ni en ningún otro lado. Mal, muy mal. Así que hoy quiero resarcirme.
A decir verdad, es tiempo de balances. No lo parece, no es diciembre, no es ese momento del calendario pero sí lo es en el calendario interno, en el de adentro. Algunas constataciones me merecen ciertas reflexiones: por ejemplo, hace unos días caí en la cuenta de que desde mis primeros balbuceos poéticos, desde aquellos primeros versitos trémulos, enclenques y rimosos, ya han pasado veinte años. ¡Veinte años! Mi yo poético ya tiene veinte años, ya está bastante grandecito el tonto. ¿Será por eso que me gustan cada vez menos las ñoñeces cursileras y sensibleras y me inclino cada vez más por los autores clásicos o bien contemporáneos, pero muy pocos, realmente muy pocos, de los que están escribiendo a la par de mi yo poético? Quizás. No compro más los espejitos de colores ni la falsa bijoutería, las baratijas de la lengua. Pretendo ir cada vez más hondo, desviarme cada vez más de lo que está al uso y meterme aún más a fondo en mis curvas, en mis propias curvas. Y cada vez más pensar, reflexionar, abstraer y "esenciar", si se me permite el neo-logon, a través de la poesía. Confesar, sangrar, renegar, "broncar", amar y odiar a la par también, desde luego. Pero siempre en búsqueda de una trascendencia, de un trasfondo, de un trasunto. La poesía no puede ser ya, en mi vida y tras veinte años de ejercicio (dispar, caótico, intermitente, salvaje, furioso, pálido y arrebatado), un simple pasatiempo o un modo de matar las horas (aunque en el fondo todo lo que hacemos, todo lo que hagamos, no sea más que eso, un matar las horas hasta que la hora total, la hora final nos mate). La poesía ha pasado ya a otra categoría, ha llegado a ser mi vida, aunque eso implique la espeluznante posibilidad del tan temido infierno-límite del lenguaje, de llegar, como llegaron otros poetas, a las únicas tres vías que quedan cuando ese límite se traspasa: el silencio (que puede ser el silencio de la mudez total ante el estremecimiento vital, ante ese quedarse pasmado, anonado, casi anulado frente a la experiencia; o que bien puede ser el silencio tan cargado de sentido que no hay palabra humana para decirlo, y adquiere así un rasgo supranatural, un ir más allá de todo); el suicidio o la locura (*). No sé por cuál meandro me extraviaré, si es que me extravío, pero ya es claro que la poesía ha tomado, por fin, el timón de mis días.
Otros balances son más banales e implican cuestiones laborales que no interesan aquí, pero que también está bueno ver como otra de las tantas aristas que me conforman. Pero luego viene el otro balance, el que tal vez me interesa más que todos: el amoroso.
En la novela de mi vida (que ya lleva varios tomos, como A la recherche... proustiana -y aclaro: no me gusta Proust, no lo pude pasar, no me pude conectar, no hubo forma de que nos entendiéramos) en apenas unos días, poquísimos días, se cumplirán dos años desde que "voluntariamente abandoné este lugar" (traducción: desde que me separé de cierto músico). Y es probable, plausible, posible que en el mismo exacto día en que se cumplen esos fatales dos años, volvamos a encontrarnos (chan). No, si Almodóvar conmigo se perdió no menos de cuatro o cinco películas, a cual más bizarra y tremenda. ¿Será como cuando hablamos por teléfono, no hace mucho? ¿"Como si el tiempo no hubiera pasado"? ¿Es posible eso o es una ficción con la que nos engañamos, con la que todos los amantes se engañan para seguir creyendo en sus amadas patrañas, en sus fieles ficciones? Porque él es una ficción, es un hombre que yo creé con mi poesía, con mis palabras, casi se diría con mis manos. No existe en la realidad. Pero claro que existe en la vibrante realidad. Existe una carne, existe una música, existe una voz, una espalda, un olor. Existe algo intangible e imperecedero que se entiende a las mil maravillas con mi algo también intangible e imperecedero, y esos algos no se pueden olvidar, no se pueden dejar atrás, no se resignan a seguir si el otro algo no está, aunque sea, cerca.
¿Y te vas a ir a meter a las fauces del lobo, tan contenta, tan inocente, tan valiente como Caperucita? ¿Llevás linterna? preguntó mi blonda amiga. No llevo nada. No necesito llevar nada. Si está oscuro, haré luz como pueda. Quizá no haga falta ver nada. Sólo sentir. Quizás ni eso. ¿Y otra vez te vas a dar la cabeza contra la pared? susurra mi mente cuerda. Tal vez. ¿Otra vez el vértigo, el abismo, la noche oscura del alma, el tormento, el exquisito suplicio de ver cómo nunca será tuyo, cómo siempre se escapa, se evapora, se esfuma en el aire como las notas de su música? Tal vez. ¿Otra vez lloros y sollozos, congojas, pataletas, llantos, fracasos y decepciones largamente rumiadas? Tal vez. ¿Otra vez supurar, abrir los bordes de la herida, meter el cuchillo mellado y escarbar hasta que sangre, hasta que se pudra la carne, hasta que la podre llegue a la médula ardida del hueso y lo astille, lo parta, lo vuelva ceniza blanca? Tal vez, me digo, tal vez. Y preguntareis (y me pregunto): ¿por qué? ¿para qué? No lo sé, me contesto y les contesto, pero advierto que sucede y a diferencia de Catulo no me atormento, procuro comprenderlo. Pero ¿qué hay que comprender? ¿Se 'comprende' el amor, se 'comprende' la pasión? No. Igual que la poesía, suceden o no. Y con él siempre me sucede algo.
No importa qué. No importa si me lastimo, si me raspo, si vuelvo con la ropa hecha jirones y la cara llena de arañazos, los brazos mordidos, las piernas con moretones, el pelo arrancado. No importa. No importa si no vuelvo, si me pierdo, ni tampoco importa si vuelvo victoriosa, con la cabeza del monstruo cercenada y colgando de mi cintura. Si logro matar al dragón, si transformo al diablo en un ángel de bondad lleno. No importa. ¿Qué importa entonces? me preguntareis con justa razón. Importa que lo de dentro se conmueve, que lo de adentro tiembla, que padece estertores y crispaciones, que como el mar se irisa y se escama y se repliega sobre sí para volver a extenderse; importa que lo de adentro se retuerza, se contorsione, denuncie a gritos su pathos que es el mío mismo, que entre en pánico, que quiera huir (pero que también quiera ir), que las tripas den cuenta de su existencia, que todo adentro sienta que allí está, tan cerca, tan lejos, donde siempre, donde nunca, donde jamás, su otra mitad, su fabulosa y mítica (ay, esta palabrita) porción faltante, aunque todo sea una mentira, aunque no podamos ser "amigos" ni nada que se le parezca, aunque la fascinación mutua dure cinco minutos y después se transforme en el cortante anhelo de lo imposible de nuevo.

(*) Tomo estas ideas del curso de poesía que empecé hoy con Jorge Monteleone (¡un capo!) en el MALBA.

Imagen: L. Ramoth, "Tao of silence".

1 comentario:

Leo Mercado dijo...

Wuuuuaaaaauuuuu.....cuánta cosa...

Related Posts with Thumbnails