25 de agosto de 2009

La curva de la insistencia (o los fantasmas del pasado tornan a reaparecer incesantemente...)

Los fantasmas del pasado se obstinan en reaparecer. Insisten. Insisten como insiste mi poesía, tan porfiada como yo misma. Porque la poesía no es sólo testamentaria sino que es, también, la manifestación de un fracaso. Uno ha querido decir amor y ha dicho otra cosa. Uno ha querido decir casa y lo que en realidad dice es, siempre, otra cosa. Lo mismo pasa con toda la comunicación humana. ¿Cómo podría haber transmitido hoy mis tironeos, mis propias contradicciones, mis avances y retrocesos? ¿Cómo dar cuenta de esos cimbroneos si el lenguaje no nos deja (pero qué otra cosa tenemos...)? Porque el lenguaje es fascista, ya lo dijo Rolito. Es un fascista puro, que no admite desobediencias. Una vez que entramos en su éjida, no hay forma de salir de él ni de decir ninguna otra cosa que no sea la que él quiera. Y los fantasmas del pasado (lo digo en plural porque queda mejor, a pesar de que es uno y sólo uno) tal vez querían decirme otra cosa y yo he entendido esta otra. Y yo también tal vez quería decirles otra muy distinta de la que finalmente les dije y así se va tejiendo el perfecto malentendido que es el amor (y todas las relaciones humanas).
Pero a pesar de la tiranía cruel del lenguaje (no más cruel que otras ejercidas por manos lo suficientemente tibias como para derretir cualquier resistencia) el poeta logra vencer. Es decir: logra decir algo, que es su único triunfo, aunque no sea lo que él (o ella) quería decir. Ella quería decir hoy podría haberte matado y terminó despidiéndose de quien ya se había despedido. Él quizás quería consolarla o seguir burlándose de ella y terminó confesando sus viles crímenes. Y ¿cómo no caer en esta maravillosa trampa / red / malla /jaula /reja que es el lenguaje? ¿Cómo evitar las palabras, esos vagos signos que sin embargo pueden designar a la persona amada, o a su espectro, ya poco importa? ¿Cómo romper con las palabras, con las perras negras cortazarianas, con la filita de hormigas trabajadoras e incansables que se baten contra nuestros oídos cada día? ¿Con qué otra cosa combatirlas sino con más palabras? ¿De qué asirse, cuando ya no hay nada más de que asirse?
Porque yo nunca es yo y es sólo yo respecto a un tú, un tú que sólo será yo si tiene a su otro tú a mano... Porque yo es una forma vacía, un vestido viejo colgado en el ropero que se llena momentáneamente de materia cuando alguien lo viste, cuando alguien dice yo, pero que queda inmediatamente vacío al momento siguiente, hasta que alguien vuelve a llenarlo y así... Y así como el amor, yo y tú y él nunca están donde se supone que debieran estar, son más fugaces que la fugacidad misma, enloquecen a la poeta con su vibrátil permanencia impermanente e impertinente, la vuelcan hacia las furibundas prosas de la sinrazón, le exigen indecencias e insensateces que ella comete con admirable altivez pero también con gran alevosía... Ni yo ni tú ni él están nunca donde deben estar. Tampoco el amor. Menos la poesía, que siempre está más allá.

Adendda: una frase de Horacio Quiroga (me pongo de pie, pues es uno de mis maestros) que, aunque no venga, en apariencia, al caso, resume mucho de lo que pienso actualmente (y pido disculpas por lo críptico de este posteo, si salió como creo):

"Porque en la alianza de Enid y Wyoming no había habido nunca amor. Faltóle siempre una llamarada de insensatez, extravío, injusticia -la llama de pasión que quema la moral entera de un hombre y abrasa a la mujer en largos sollozos de fuego-." (en "El espectro")

20 de agosto de 2009

Las narcóticas flores de la primavera ya se acercan...

En apenas un mes ella habrá llegado, en apenas treinta días ella estará aquí; ella, que ya nos anda avisando que se acerca con un día como el de hoy, sereno, soleado, brillante. Los árboles aún están en letargo, los cogollos no asoman todavía, pero en el aire ya se siente su presencia, ya se respira, mejor dicho, otro aire. ¿O soy yo la que, finalmente, respira otro aire?
Contra todo lo que pueda pensarse dados mis últimos posteos, estoy bien. Estoy mejor. Y voy a estar aún mejor cuando el agosto de los adioses haya pasado. Increíblemente (o no tanto...) parece que agosto es siempre el mes en el que él y yo nos decimos adiós. Sólo que esta vez fue el adiós definitivo. Ni siquiera una romántica empedernida, militante y ferviente como yo cree ya que haya un retorno ni nada que se le parezca, ni siquiera dentro de diez, quince o veinte años, nada, no es posible, se rompió... Y lo que se rompe mejor no arreglarlo, porque nunca volverá a ser como era, nunca volverá a funcionar y deslizarse como otrora.
Pero, claro. Tengo furibundos ramalazos de tristeza, y de rabia, y de dolor. Accesos de llanto, cóleras repentinas por hechos que sucedieron el mismo domingo o hace más de diez años o hace un rato. Nudos en la garganta díficiles de destrabar, imposibles de disimular. Agujeros negros en el estómago, allí donde antes siempre había un millón de mariposas danzantes hipnotizándome con sus élitros. Hay pozos de materia oscura aún, negros presentimientos, funestas advertencias acerca de cómo deberá ser mi conducta en el futuro, respecto a él y a cualquier otro. ¿Cómo pude haber cedido a los cantos sirenaicos que tan bien había esquivado primero? ¿Por qué no fui más fuerte, por qué no pedí auxilio a los santos, por qué me dejé una vez más?
Hoy se me ocurrió pensar que nada de lo vivido retornará. Ni lo bueno ni lo malo ni lo intermedio. Nada. Nada podrá ser recuperado, nada podrá repetirse jamás. Pero. Pero sí puedo revivirlo si lo escribo. Ahora sí. Ahora estoy lista para escribir esta novela. No podía escribirla mientras la vivía, como quedó claramente demostrado en uno de los tantos comienzos truncos que tengo dando vueltas por ahí. No podía vivir y escribir al mismo tiempo. Pero ahora sí. Ahora bastará echar mano a los diarios y a los recuerdos para escribir la más fantástica de las novelas de amor y desamor, la más alucinante versión del "odi et amo" catuliano, la más fabulosa de las fábulas fabulescas acerca de dos seres que creían estar cósmicamente conectados a través de las galaxias y las esferas... Ahora, cuando quiera, cuando guste, podré hacerlo.
Pero antes será necesario completar el duelo de este amor. Puede que eso lleve algún tiempo. Puede que tenga, en el proceso, alguna recaída, algún tropezón. Quizás no (tengo la esperanza de que no). Puede que llore más todavía, puede que aún tenga otras mil poesías para él u otro millón, no lo sé, puede todo eso y mucho más. No importará. Porque sobreviví, la tragedia ya quedó atrás. Aún humea su pira, aún destella, con palidez suprema, su resplandor. Aún se calcina mi corazón en esa hoguera pero pronto llegará la ceniza salvadora, el hueso pulverizado, la fina sombra de la muerte se cernirá sobre todo ello como la nieve en el final de "Los muertos" de Joyce.
Entonces, podré ir al cementerio de los amores fenecidos, al camposanto más bendito, y dejarle unas flores y llorarlo en la privacidad salvaje de la naturaleza cada tanto. Lloraré mi amor, mis esperanzas, mis ingenuas patrañas, mis poemas nonatos, y a Ariadna; lloraré su pelo, su espalda, su voz; lloraré por "Paraíso" y por cada una de las canciones que no me dedicó; lloraré por mí, por aquella ella que lo adoraba tanto como para olvidarse de que existía y de que tenía una vida aparte; lloraré por mi pena, por mi única y exclusiva pena; lloraré por todo lo que merezca ser llorado; lloraré por cada uno de los besos robados, de las lágrimas ofrendadas, de los abrazos no dados; lloraré por cada una de las imágenes que me azotan y acongojan con furia y saña morbosas; lloraré hasta que los ojos se me partan y las manos se me abran y el cuerpo diga un gran y tenebroso basta... y le llevaré flores, flores narcóticas, flores de otro mundo, flores malditas cada vez que me acerque al túmulo que erigiré conmemorando los restos de lo que no fue, de lo que, ahora sé, nunca tuvo que haber sido.


Imagen: "Bellagio" en http://www.flickr.com/photos/52923129@N00/517439237

19 de agosto de 2009

Libros terapéuticos

Me tendrán que perdonar los lectores habituales de este blog así como sus followers estos excursos por la vía netamente personal. Hoy las únicas curvas y los únicos desvíos que me interesan son los que transita mi espíritu, una vez más "bamboozled by love" (*). El que dijo que abril era el mes más cruel, se equivocaba. En mi caso, parece que es agosto nomás el que se lleva todas las palmas en lo que a crueldad se refiere. Y para colmo se terminó el veranito que estábamos viviendo hasta hace poco y hoy volvió el frío, el gris, la intemperie... Extranjera a la intemperie, así me sentí ya saben cuándo. Extraña, ajena, lejana. Más lejana que Alina Reyes que es la reina y... Pero no me sentí sola ni desahuciada ni desolada. Extraña paradoja que al momento de enfrentar la verdad cruda y pura no me sintiera más desvalida, desasida, rota para siempre, como solía sentirme antes.
Pero me estoy desviando, una vez más. Y ahora me pregunto: ¿esto, lo del domingo, también fue un desvío? Quizás. Porque en mis planes no estaba. En mis planes el reencuentro era soñado, era perfecto, era fantasmalmente irreal. En mis planes sólo cabía un reencuentro de novela, de telenovela, de folletín, de novelín de Corín Tellado, y lo digo sin ninguna vergüenza. Soy y siempre he sido una romántica absurda, ingenua, batallante y apasionada. Una militante del romanticismo a cualquier precio (así me va, claro). Una idiota absoluta, una fantástica pelotuda en lo que a cuestiones amorosas se trata. Pero no me importa, porque no pienso dejar de creer, ni de ilusionarme ni de querer querer y querer que me quieran. Así me haga bolsa de nuevo contra éste u otros muros de hipocresía y frialdad. Contra la misma cara de las mentiras y de las verdades a medias y de todos los entredichos habidos y por haber. No pienso dejar de creer en todo, hasta en las dedicatorias, como decía Baldomero.
Ya que el reencuentro (llamarlo así es una falta de respeto a tan bella palabra, pero no sé qué otro nombre ponerle a lo que nunca supe cómo nombrar y a lo que siempre me afané y esforcé por nombrar en todos mis poemas) no fue como mi mente enamorada y mi corazón agónico y mi cuerpo extático lo esperaban, debo recurrir, una vez más, a lo que hace ya un tiempo denominé "libros terapéuticos" y que no son, como su nombre pudiera indicar, los típicos manuales de autoayuda. Bah, en realidad sí, pero no están escritos por Osho, Bucay y otros embaucadores famosos sino por escritores, por pares, por almas gemelas a través de la historia y los siglos.
Son esos libros que uno sabe que los abra por donde los abra encontrará siempre un gramo de sabiduría, encontrará consuelo, encontrará perdón, explicación, causa y efecto de todos sus malditos pesares. Son, por lo general, esas novelas con cuyos personajes nos identificamos hasta la saciedad, que leemos sin parar, que podemos releer quinientas veces sin cansarnos jamás. Son, por lo general, de esos autores que leímos en la adolescencia cuando somos una esponja que lo absorbe todo sin tasa y sin filtro, cuando somos una tabula rasa al raso, que de a poco se va llenando de lecturas, conflictos, pesares y experiencias.
Son esos libros que nos marcaron un camino, que como una madre o un amigo comprensivos nos restañaron las heridas y nos secaron las lágrimas en los momentos de zozobra extrema. Son los que nos acompañarían hasta el fin del mundo, los que salvaríamos de una catastrófe sin dudarlo o los que aprenderíamos de memoria si se cumpliera la profecía de Bradbury. Son esos libros que nos ayudaron a crecer como seres humanos pensantes y no como meras máquinas de reproducir conductas y estados políticamente correctos (ya saben lo que pienso de la corrección política...). Son los libros que, ay, hay que decirlo, uno quisiera haber escrito, aquellos por los que se muere de sanísima envidia, los mismos que nos empujan a escribir (y si un libro os da ganas de escribir, amigos, es que está maravillosamente bien escrito y ha cumplido con su cometido).
Así, hoy quiero compartir algunas citas-curitas, algunas citas-carilinas, algunas citas para recomponer las trizas de mi alma y salir a perseguir, ahora sí (algún día tenía que ser, está claro), todos mis pedazos, todos mis sueños, todo lo que está en germen pugnando (¿existe verbo más bello?) por salir de una vez por todas.
Si quieren compartir sus propios libros terapéuticos, serán muy bienvenidos.

ü “Lo que es más importante, jamás se permite que en la soledad la mujer sea ella misma (a pesar de que bien sabe cuán infelices son sus amigas casadas). Vive como si estuviese siempre al borde de una gran realización. Como si estuviese esperando que el Príncipe Encantado la arranque “de todo esto”. ¿Y qué es todo esto? ¿La soledad de vivir en el ámbito de su propia alma? ¿La certidumbre de ser ella misma y no la mitad de algo diferente?”

ü “Sólo quería recordarme lo que me había dicho muchas veces:

—Usted no es una secretaria, sino una poetisa. ¿Por qué cree que su vida debe ser simple? ¿Qué le hace pensar que puede evitar todos los conflictos? ¿por qué supone que puede evitar el dolor? ¿O la pasión? Bien puede decirse algo a favor de la pasión. ¿Jamás se tomará libertades para perdonarse luego?”

ü “En mi caso nada es real hasta que lo escribo —corrigiéndolo y embelleciéndolo a medida que lo desarrollo. Siempre estoy esperando que las cosas concluyan para llegar a casa y pasarlas al papel.”

Erica Jong, Miedo a volar.

ü “Si escribiera esta novela, el tema principal quedaría soterrado al comienzo, y sólo más tarde iría predominando. El tema de la esposa de Paul, de la tercera persona. Al principio, Ella nunca piensa en esa mujer, pero luego tiene que hacer un esfuerzo deliberado para apartarla de su mente. Esto ocurre cuando ella se da cuenta que su actitud es despreciable: se siente triunfadora, satisfecha de haberle quitado a Paul. Entonces se horroriza y avergüenza tanto, que rápidamente esconde sus sentimientos. No obstante, la sombra de la tercera persona vuelve a alzarse y le resulta imposible no pensar en ella. Reflexiona mucho sobre la mujer invisible a la que Paul siempre vuelve (y junto al la cual siempre acabará volviendo) y no tiene sensación de triunfo sino de envidia.”

ü “Y, mientras está allí, contemplándose a sí misma comprendió que aquella locura estaba relacionada con el extravío que le impidiera comprender que la aventura debía terminar, irremediablemente, en la ingenuidad que la había hecho tan feliz. Sí, aquella estúpida ingenuidad suya, y su fe, y su confianza, la condujeron, lógicamente, a permanecer de pie junto a la ventana, esperando a un hombre que ella sabía muy bien, no iba a regresar.”

ü “Me causa miedo el hecho de que, cuando escribo, parece que tengo un terrible sexto sentido o algo así, cierta intuición. En esos momentos, empieza a trabajar en mí un tipo de inteligencia que en la vida ordinaria sería demasiado dolorosa, pues me sería imposible vivir si la usara en la vida.”

Doris Lessing, El cuaderno dorado.

ü “Esto es una locura pasada de moda que ningún novelista moderno se atrevería a escribir, se decía. El enamoramiento no es político. Y tampoco es rentable. El enamoramiento no es una historia, es una retahíla de emociones descontroladas. Una traición a todo, incluso al feminismo. Algo que no le interesa a nadie. Le pasa a mucha gente, decía Natalia, te crees protagonista de una relación que, hoy en día, es habitual. Señora independiente que ama a señor casado, nada más.”

ü “Las sensaciones que tenemos después de haber amado, la mezcla de placer y dolor, el punto concentrado en algún lugar del cuerpo..., el agudo sentimiento de gozo y melancolía, explicar la oscura emoción, compenetración viva, insensata, pueril, felizmente inocente que nos envuelve bajo el misterio de la inconsciencia... “

Montserrat Roig, La hora violeta.

ü “... los amores son como los imperios: cuando desaparece la idea sobre la cual han sido construidos, perecen ellos también.”

ü “Todos necesitamos que alguien nos mire.”

Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.

ü “¡Tú no podías atrapar por tí misma la presa, pero podías esperarla!”

August Strindberg, La más fuerte.

ü “¡Qué día gris, triste, funesto aquel en que el amante se da cuenta de pronto de que ya no está poseído, de que está curado por así decirlo, de su gran amor! (…) El sentimiento de alivio que engendra ese despertar puede a uno hacerle creer con toda sinceridad que ha recuperado su libertad. ¡Pero a qué precio! ¡Qué libertad tan pobre! ¿No es una calamidad volver a contemplar el mundo con la mirada cotidiana, con el discernimiento de todos los días? ¿No es doloroso encontrarse rodeado por seres conocidos y vulgares? ¿No es espantoso pensar que uno tiene que seguir adelante, como dicen, pero con piedras en las entrañas y guijarros en la boca? ¿Encontrar cenizas, nada más que cenizas, donde antes había soles resplandecientes, maravillas, magnificencias, una maravilla tras otra, una magnificencia tras otra y todo creado espontáneamente como por alguna fuente mágica? Si hay algo que merece ser llamado milagroso ¿no es el amor? ¿Qué otro poder, qué otra fuerza misteriosa existe que pueda investir a la vida de un esplendor tan innegable?”

Henry Miller, Nexus.

(*) "Bamboozled by love" es un tema de Frank Zappa, cuya traducción podría ser "embaucado por el amor".

17 de agosto de 2009

La curva del desengaño

Después de la muerte, ¿existe algo más triste que un desengaño amoroso? No me refiero a la infidelidad, me refiero a ese momento en el que el que ama, deja de amar. ¿Por qué deja de amar? Porque ya no puede seguir sosteniendo la ficción que él mismo se había construido a partir de una persona real de carne y hueso, a la que -sin su consentimiento- ha investido con las maravillas más magníficas de la creación, téngalas esta persona o no. No importa.
El que ama se contenta con contemplar su propia creación, su espejo, su laguna de plateado narcisismo. El que ama no necesita nada, en realidad. Le basta una palabra, una mirada, un gesto nimio e imperceptible para vivir en extásis durante semanas, meses y hasta años. ¡Cuánto no habrán de durarle un beso, un abrazo, toda una noche de maravilloso amor del bueno! Pero un día todo eso se acaba. Un día no hay palabra, gesto, beso o recuerdo que alcance para llegar al nirvana. Un día todo se termina. Generalmente esto sucede cuando uno ya se ha separado hace mucho de la persona amada. Cuando ya no lo ve ni lo siente ni lo huele más. Cuando deja de formar parte de la realidad cotidiana, del tedio urbano, de la misma mierda que día tras día intenta sumergirnos en su oscuro lodo. Y así, cuando de pronto volvemos a ver al otrora ser amado, el desengaño sobrevuela rasante y triunfa. Ya no hay maravillas. Ya no hay magia. Ya no hay nada.
Eso es lo que me ha sucedido ayer, exactamente two years later de esa dolorosa pero necesaria separación. Dos años después de no verlo más que en esas dos fugaces oportunidades, ya reseñadas aquí, dos años después de no saber casi nada de él, dos años después de aburrir a muchas personas con mi historia, con nuestra historia, con nuestras idas y venidas, dos años después de penar, sufrir, esperar, suponer, ansiar, anhelar pero nunca accionar porque sabía que no debía hacerlo, se produjo el ansiado, temido, postergado reencuentro.
¿Y te arrepentís?, me pregunta alguna parte de mi ser. No, no me arrepiento, nunca me arrepentí de nada, no creo en el arrepentimiento. Pero no te hizo bien, estás muy triste, por lo que veo, sigue esa u otra parte de mí. Pero tampoco me hizo mal, porque lo que no me mata, etc. A decir verdad, me hizo un favor, igual que hace dos años. Sólo viéndolo por mí misma iba a ser capaz de dar los pasos decisivos para ir hacia mi propio encuentro. Sólo experimentándolo iba a poder pararme sobre mis propios dos pies sin tambalearme ahora que realmente empieza lo bueno. Pero lo amás, continúa esa vocecita que nunca se calla. Por supuesto, pero eso no tiene la menor importancia. Amo algo que ya no existe, amo todo lo que puse yo allí, amo lo que le di, lo poco que me dio, amo lo que tuvimos y ya no volveremos a tener jamás, por supuesto.
¿Cómo no amarlo?, grita el idiota de mi corazón. Pero eso ya no hace ninguna diferencia, ya ni siquiera tiene importancia. No creo que se deje de amar a nadie nunca, a nadie a quien realmente se haya amado, desde luego, a alguien que se haya amado con las tripas, con las entrañas, con el vientre mismo del alma y del cuerpo no creo que se lo pueda dejar de amar jamás, a alguien con quien uno conoció la pasión, o, al menos, una versión de ella, no creo que haya fuerza humana posible capaz de extinguir ese fuego... desde luego. Pero, reitero, no importa. Ya no importa. Y no importa porque el que ama ha dejado de fascinarse al fin. No encontrando todo aquello que antes había cultivado con tanta dedicación y esmero, viendo al fin, y quizá por primera vez, a la persona tal cual, sin nuestros aditamentos, la ficción cae, la fascinación se desploma y todo el ser queda profundamente conmovido, desguarnecido, más desnudo y vulnerable que nunca y, a la vez, vaya paradoja, más fuerte y potente que nunca, más maduro e implacable, más humano, más uno mismo que nunca.
Y en un momento así, un solo libro viene a mi mente y aquí dejo algunas citas. Se trata de Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes. Cuando la tristeza pase (será pronto) este blog retomará su ritmo habitual y mi vida también:

Saber que se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura.

Han sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes (y tal vez muchas búsquedas), para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo.

Sea lo que fuere del objeto amado, que desaparezca o pase a la región Amistad, de todas maneras, no lo veo desvanecerse: el amor que ha terminado se aleja hacia otro mundo a la manera de un navío espacial que cese de parpadear: el ser amado resonaba como un clamor y helo aquí de golpe apagado (el otro no desaparece jamás cuándo y cómo se lo espera).

El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo.

No se puede regalar lenguaje (¿cómo hacerlo pasar de una mano a otra?), pero se lo puede dedicar —puesto que el otro es un pequeño dios.

para C. A. H., por última vez.

14 de agosto de 2009

Lo de adentro (o tiempo de balances)


Hoy no hay alertas ni botánica ni astronomía ni matemática. No hay nada tampoco. O, mejor dicho, hay de todo. Fue una semana rara, las noches se fueron complicando solas, se pusieron espesas con estos maravillosos calorcitos pre-primaverales y me entretuve con otras cosas, o con nada en particular, y al final no vine a postear ni un día, ni acá ni en ningún otro lado. Mal, muy mal. Así que hoy quiero resarcirme.
A decir verdad, es tiempo de balances. No lo parece, no es diciembre, no es ese momento del calendario pero sí lo es en el calendario interno, en el de adentro. Algunas constataciones me merecen ciertas reflexiones: por ejemplo, hace unos días caí en la cuenta de que desde mis primeros balbuceos poéticos, desde aquellos primeros versitos trémulos, enclenques y rimosos, ya han pasado veinte años. ¡Veinte años! Mi yo poético ya tiene veinte años, ya está bastante grandecito el tonto. ¿Será por eso que me gustan cada vez menos las ñoñeces cursileras y sensibleras y me inclino cada vez más por los autores clásicos o bien contemporáneos, pero muy pocos, realmente muy pocos, de los que están escribiendo a la par de mi yo poético? Quizás. No compro más los espejitos de colores ni la falsa bijoutería, las baratijas de la lengua. Pretendo ir cada vez más hondo, desviarme cada vez más de lo que está al uso y meterme aún más a fondo en mis curvas, en mis propias curvas. Y cada vez más pensar, reflexionar, abstraer y "esenciar", si se me permite el neo-logon, a través de la poesía. Confesar, sangrar, renegar, "broncar", amar y odiar a la par también, desde luego. Pero siempre en búsqueda de una trascendencia, de un trasfondo, de un trasunto. La poesía no puede ser ya, en mi vida y tras veinte años de ejercicio (dispar, caótico, intermitente, salvaje, furioso, pálido y arrebatado), un simple pasatiempo o un modo de matar las horas (aunque en el fondo todo lo que hacemos, todo lo que hagamos, no sea más que eso, un matar las horas hasta que la hora total, la hora final nos mate). La poesía ha pasado ya a otra categoría, ha llegado a ser mi vida, aunque eso implique la espeluznante posibilidad del tan temido infierno-límite del lenguaje, de llegar, como llegaron otros poetas, a las únicas tres vías que quedan cuando ese límite se traspasa: el silencio (que puede ser el silencio de la mudez total ante el estremecimiento vital, ante ese quedarse pasmado, anonado, casi anulado frente a la experiencia; o que bien puede ser el silencio tan cargado de sentido que no hay palabra humana para decirlo, y adquiere así un rasgo supranatural, un ir más allá de todo); el suicidio o la locura (*). No sé por cuál meandro me extraviaré, si es que me extravío, pero ya es claro que la poesía ha tomado, por fin, el timón de mis días.
Otros balances son más banales e implican cuestiones laborales que no interesan aquí, pero que también está bueno ver como otra de las tantas aristas que me conforman. Pero luego viene el otro balance, el que tal vez me interesa más que todos: el amoroso.
En la novela de mi vida (que ya lleva varios tomos, como A la recherche... proustiana -y aclaro: no me gusta Proust, no lo pude pasar, no me pude conectar, no hubo forma de que nos entendiéramos) en apenas unos días, poquísimos días, se cumplirán dos años desde que "voluntariamente abandoné este lugar" (traducción: desde que me separé de cierto músico). Y es probable, plausible, posible que en el mismo exacto día en que se cumplen esos fatales dos años, volvamos a encontrarnos (chan). No, si Almodóvar conmigo se perdió no menos de cuatro o cinco películas, a cual más bizarra y tremenda. ¿Será como cuando hablamos por teléfono, no hace mucho? ¿"Como si el tiempo no hubiera pasado"? ¿Es posible eso o es una ficción con la que nos engañamos, con la que todos los amantes se engañan para seguir creyendo en sus amadas patrañas, en sus fieles ficciones? Porque él es una ficción, es un hombre que yo creé con mi poesía, con mis palabras, casi se diría con mis manos. No existe en la realidad. Pero claro que existe en la vibrante realidad. Existe una carne, existe una música, existe una voz, una espalda, un olor. Existe algo intangible e imperecedero que se entiende a las mil maravillas con mi algo también intangible e imperecedero, y esos algos no se pueden olvidar, no se pueden dejar atrás, no se resignan a seguir si el otro algo no está, aunque sea, cerca.
¿Y te vas a ir a meter a las fauces del lobo, tan contenta, tan inocente, tan valiente como Caperucita? ¿Llevás linterna? preguntó mi blonda amiga. No llevo nada. No necesito llevar nada. Si está oscuro, haré luz como pueda. Quizá no haga falta ver nada. Sólo sentir. Quizás ni eso. ¿Y otra vez te vas a dar la cabeza contra la pared? susurra mi mente cuerda. Tal vez. ¿Otra vez el vértigo, el abismo, la noche oscura del alma, el tormento, el exquisito suplicio de ver cómo nunca será tuyo, cómo siempre se escapa, se evapora, se esfuma en el aire como las notas de su música? Tal vez. ¿Otra vez lloros y sollozos, congojas, pataletas, llantos, fracasos y decepciones largamente rumiadas? Tal vez. ¿Otra vez supurar, abrir los bordes de la herida, meter el cuchillo mellado y escarbar hasta que sangre, hasta que se pudra la carne, hasta que la podre llegue a la médula ardida del hueso y lo astille, lo parta, lo vuelva ceniza blanca? Tal vez, me digo, tal vez. Y preguntareis (y me pregunto): ¿por qué? ¿para qué? No lo sé, me contesto y les contesto, pero advierto que sucede y a diferencia de Catulo no me atormento, procuro comprenderlo. Pero ¿qué hay que comprender? ¿Se 'comprende' el amor, se 'comprende' la pasión? No. Igual que la poesía, suceden o no. Y con él siempre me sucede algo.
No importa qué. No importa si me lastimo, si me raspo, si vuelvo con la ropa hecha jirones y la cara llena de arañazos, los brazos mordidos, las piernas con moretones, el pelo arrancado. No importa. No importa si no vuelvo, si me pierdo, ni tampoco importa si vuelvo victoriosa, con la cabeza del monstruo cercenada y colgando de mi cintura. Si logro matar al dragón, si transformo al diablo en un ángel de bondad lleno. No importa. ¿Qué importa entonces? me preguntareis con justa razón. Importa que lo de dentro se conmueve, que lo de adentro tiembla, que padece estertores y crispaciones, que como el mar se irisa y se escama y se repliega sobre sí para volver a extenderse; importa que lo de adentro se retuerza, se contorsione, denuncie a gritos su pathos que es el mío mismo, que entre en pánico, que quiera huir (pero que también quiera ir), que las tripas den cuenta de su existencia, que todo adentro sienta que allí está, tan cerca, tan lejos, donde siempre, donde nunca, donde jamás, su otra mitad, su fabulosa y mítica (ay, esta palabrita) porción faltante, aunque todo sea una mentira, aunque no podamos ser "amigos" ni nada que se le parezca, aunque la fascinación mutua dure cinco minutos y después se transforme en el cortante anhelo de lo imposible de nuevo.

(*) Tomo estas ideas del curso de poesía que empecé hoy con Jorge Monteleone (¡un capo!) en el MALBA.

Imagen: L. Ramoth, "Tao of silence".

5 de agosto de 2009

La curva del ánimo

No sé si uds. se dieron cuenta pero hoy fue un día espléndidamente primaveral. Había sol, había una cálida brisa y lo mejor de todo: ¡no hacía frío! Esta sola nimiedad climática me puso feliz, y por ello me puse a pensar que debería existir, ya que como venimos viendo hay curvas pa todo, una "curva del ánimo", por la cual se pueda medir (¡matemáticos, aquí!) el grado de felicidad de una persona dependiendo de ciertos parámetros; en este caso, de la variable meteorológica.
Como ya quedó expresado en los duros, grises y desolados días de las vacaciones invernales (o del "receso escolar para quedarte en tu casa": sin palabras sobre las "campañas de prevención" gubernamentales...), el frío me pone de muy mal humor. Pero no vayan a creer que soy una de esas minas-lagarto que en cuanto el sol calienta un grado más de lo acostumbrado se bajan los breteles con monstruosa naturalidad y se exponen a los peligrosísimos rayos UV (y vaya uno a saber a qué otros rayos innominados) sin más. No, no. La onda "milanesa", tan presente siempre en nuestras playas atlánticas, no es mi estilo. Pero sí es cierto que el vientito primaveral, cálido, y hasta la dulce humedad que nos acogió hoy (y que alborotó notoriamente mis rulos) me "levantaron el ánimo", como se dice vulgarmente.
Hay otras cosas que me levantan el ánimo también: entre las más queridas y alucinantes, se encuentra la música. Y ya que ayer no estuvo tan lindo como el hoy, el buen humor logró instalarse ni bien me calcé los auriculares y me dejé llevar por la reproducción aleatoria de la música en mi telefonito. Y así salté de un tema de Zappa que me encanta ("Any kind of pain", que tiene uno de los solos de guitarra más finos y delicados que yo haya escuchado jamás) a un éxito ochentoso que me sigue pareciendo una maravilla, aunque haya sido tan efímero como la banda que lo gestó ("Some like it hot" de Power Station... ¿Se acuerdan de ese breve desprendimiento de Duran Duran al que se unió el inigualable Robert Palmer?). Y después pasé de nuevo a Zappa, con otro de mis ultrafavoritos ("Jumbo go away") y uno de los últimos temas que sonó fue "Strange love" de Depeche Mode, otro de esos exitazos que en el momento en que surgieron me dejaron completamente indiferente y que ahora, al escucharlos a la vuelta de los años, me parecen obras maestras...
Así pues, para compartir mi buen ánimo con uds., a pesar de algunos inquietantes nubarrones que siempre amenazan mi horizonte y a pesar de algunos (in)esperados regresos y de otras tantas partidas y despedidas, los dejo con estos dos videos ochentosos... ¡Y qué quieren! A pesar de todo, crecí escuchando cosas como éstas, ya no lo puedo ocultar...



Related Posts with Thumbnails