16 de febrero de 2009

Las vueltas (curvas) del teatro

Después de haberlo expuesto al público e incluso haberme mofado de él (ver posteo de ayer), el monstruo censor, por aquello de que explicitar lo negativo definitivamente lo exorciza, se retiró a los oscuros, fríos y osteosos rincones donde normalmente se aloja y ha permanecido en un enfurruñado -y consciente de su derrota- silencio. No durará mucho, presumo, pero no importa.
Naturalmente, apenas rasguñé la superficie de las queridas alertas de Google, salieron tópicos y posteos como para una eternidad... Bueno, no tanto, a no ser que la eternidad dure, digamos, un par de semanas. ¿Y qué tal si la eternidad sólo fuera eso, unas simples vacaciones? ¡Terrible perspectiva! ¿O no?
Dejo ese interrogante abierto para otra ocasión y me zambullo (¡oh, el influjo del mar se deslíe, se deshace, se disuelve como se disuelve su espuma bienhechora una vez que se depositó, mansa, en la arena!) en la nota que me interesó destacar hoy: un audaz proyecto de un arquitecto uruguayo que viene a ser, como tan originalmente tituló el periodista de Clarín, "una vuelta de tuerca a la idea clásica de teatro"
Hum... hay 'ideas clásicas' a las que no se les puede dar muchas vueltas. Por ejemplo, la rueda. Desde que se inventó, no creo que haya sufrido mayores modificaciones en lo que a su estructura y concepción (o idea rectora) hace. Otro tanto me parece que sucede con el teatro. La idea de este revolucionario (leerlo como lo pronuncia Homero cuando está buscando un nombre para ya no recuerdo qué cosa) arquitecto es mostrar/exhibir la tramoya, las bambalinas, las candilejas (qué bellas palabras todas!), incluso los camarines y las máquinas y todo aquello que permanece oculto a la vista del espectador en un esfuerzo o un intento por "repensar ciertas cosas que parecían inmutables".
Me pregunto, en este caso, hasta qué punto vale la pena repensar esto. ¿No le quita toda la gracia? ¿No se parece un poco al momento en el que uno descubre que, efectivamente, los Reyes Magos son los padres? ¿No termina siendo decepcionante y contraproducente poder ver toooodooooo? Esto me hace pensar en la estética de los reality shows y de los programas hechos con "gente común", gente que se sorprende cuando una estrella los va a visitar inesperadamente a su casa, pero no se sorprenden de que la misma esté llena de cámaras, técnicos, micrófonos por los cielos y demás artilugios. A su vez, esto me retrotrae a otra estética muy cara a mis aficiones artísticas: el barroco. 
En la pintura del Barroco, sobre todo, es donde mejor puede observarse esto que digo: Velázquez (pero también Rembrandt) se metían, literalmente, en sus cuadros y no sólo eso, mostraban abiertamente el truco, sus trucos, los trucos. El caso paradigmático es de Las Meninas, en el que puede verse a don Diego pintándolas tal como si nosotros lo estuviéramos viendo a él, precisamente, pintándolas... Si ahora, de pronto, en este megamoderno teatro inglés podemos llegar a ver a los actores antes de transformarse en, yo qué sé, Hamlet, por citar uno de mis personajes sespirianos favoritos, ¿no nos costará más suspender el juicio y benevolentemente creer que sí estamos viendo a Hamlet, dudando, enloqueciendo, haciendo que enloquece? Bueh, nombré a Hamlet... ¡una obra de teatro en la que se representa una obra de teatro para desenmascarar un horrendo crimen!
Pienso ahora en las numerosas obras teatrales que la generosidad de Pablo Dipierri me permitió ver el año pasado y ya en dos oportunidades éste. Aunque no fueran en teatros tan sofisticados como el Curve, la ilusión teatral (que, estimo, es el requisito fundamental, así como el de la narrativa es del sueño vívido) nunca se perdía, aunque en algunos casos pudiera momentáneamente distraerse por determinadas circunstancias (en un caso, por ejemplo, estar en un espacio muy reducido demasiado cerca de las actrices; en otro, un aire acondicionado que se apagó en medio de la función dejando de hacer un ruido que hasta ese momento nos había acompañado); pero la ilusión permanecía, pertinaz como todas las ilusiones, incluso sin telón, sin tramoya, sin aparentemente nada más que tres paredes negras y unas pocas sillas... 
Me pregunto entonces hasta dónde nos llevarán estas ansias de democratización e "inclusión" a cualquier precio... ¿no es mejor que la magia siga siendo magia, que determinados secretos sigan siéndolo y que sólo algunos, no todos, estén en posesión de ellos? ¿Qué hay de malo en ello? ¿Por qué todos debemos estar al tanto de tooooodooooo, por qué nos obligan a mirar incluso allí donde no queremos mirar?
Preguntas para un lunes tormentoso, algo lento y deslucido, pero aún así productivo.

No hay comentarios:

Related Posts with Thumbnails