20 de noviembre de 2008

Las bibliotecas curvas, II

Debería estar escribiendo para Fauna y sin embargo estoy aquí. Sucede que no se me ocurre nada o que todo lo que se me ocurre me parece fútil, demasiado poco o demasiado mucho (como siempre, el término medio es un paraje incógnito para mí) y entonces preferí venir aquí, donde al menos el lunes tuve esta idea, este petit coraje de plantear un tema para toda la semana a partir de las bellísimas fotos de Curious Expeditions...
Pero como siempre sucede que uno propone y la cadena de eventos sin hilación aparente que llamamos vida se encarga de disponer de nosotros y de nuestras amadas u odiadas circunstancias, sucedió entonces que el martes volví muy tarde y muy cansada de La Plata y que ayer miércoles era justamente el día de tan bella (y masónica) ciudad y con mis compañeros de trabajo nos sustrajimos del mundanal ruido y hacia los campos de Arana fuimos, donde en medio del más bucólico paisaje que imaginarse pueda, comimos asado cual gauchos y bebimos cerveza cual vikingos... Es por eso que recién hoy continúo con las bibliotecas curvas. Y hoy ni siquiera debería continuar, puesto que es el día de mis amados abisales, pero éstos tendrán que esperar, puesto que nada de lo que se me ocurrió me pareció digno y un día de licencia no creo que les venga mal... A quien sí le vendrá mal será a mi insoportable superyó, pero estoy dispuesta a escuchar sus interminables peroratas y recriminaciones a cambio de compartir con uds. otra hermosa foto y otro bellísimo pasaje literario con libros y bibliotecas, como los que siguen:

"Los libros, los libros, la proliferación de la materia impresa. Los libros crecen, forman paredes, modifican la arquitectura de la casa. Los libros nos van haciendo un nicho de imprenta, un emparedado de papel, una celda estrecha y alta de letra impresa, una garita donde esperar la muerte. Hay una época en que se compran los libros y se van colocando, ordenadamente. Luego, los libros vienen solos, proliferan durante la noche, y por más que los dejo en desorden, se me ordenan durante el sueño y sé exactamente dónde está cada uno de ellos, porque quizá mi cabeza va teniendo estructura de biblioteca. En eso, quizá, consiste la decrepitud, en que decae la imaginación y se impone la erudición, en que el bibliotecario acaba asesinando al poeta con el filo agudo de una página de papel biblia.
(...)
Los libros devuelven ciento por uno y van ensombreciendo la casa, tapando la entrada al sol, clausurando los rincones, hasta que uno comprende que se ha fabricado una tumba de libros, un panteón de páginas, como otros se lo fabrican de consolas o de porcelanas.
Han hablado los poetas de que el hombre se hace su propia muerte. Yo creo que lo que el hombre se hace, en todo caso, es su propia tumba, como mucho. La muerte se hace sola, pero la tumba nos la vamos enladrillando en vida con muebles isabelinos, botellas de licor o con libros.
(...)
Tenemos miedo, algunas noches, de coger un alto libro de la estantería, como si todo fuese a venirse abajo al quitar el ladrillo, como si pudiéramos perecer bajo los escombros impresos, y por eso cada vez releemos menos, y sólo lee uno, ya, los libros que van llegando, los libros nuevos, frescos, que traen el aire de la calle, el olor de los viajes y la novedad de un pensamiento reciente.
No es por estar al día. Es porque en los libros viejos ya sólo se lee uno a sí mismo, y tengo como miedo de quedar encerrado dentro del que soy, y entonces salgo de mí hacia un libro reciente, y no comprendo bien a los que releen libros, que es como cantar hacia adentro viejas melodías, envenenarse de uno mismo, cegarse de pasado, atascarse de recuerdos. El libro nuevo, aunque sea de filosofía pura, viene verde como una lechuga y me comunica su juventud de imprenta y pensamiento. Lo malo es que en cuanto lo leo y lo dejo junto con los otros libros, cae sobre él un polvo de siglos y en seguida queda incorporado al muro de papel, se funde con los viejos libros y ya no se le puede volver a abrir, porque tiene las páginas pegadas con cemento.
Ésta es la traición de los libros, el peligro de haber vivido entre libros. Así es como la vida se va haciendo angosta, entre pasillos de biblioteca. Porque los libros respiran, nos chupan el oxígeno y nos van matando."

Francisco Umbral, Mis paraísos artificiales.


1 comentario:

Cristian M. Piazza dijo...

Hola Analía,

Desde hace unos días me asomo por estos lugares fascinado de tu manera de contarte.

Te quería invitar a mi café donde formás parte del menú.

http://cafeylecturas.blogspot.com

Saludos

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