4 de septiembre de 2008

Desvío amoroso (y catuliano)

Hoy vi a mi amor. Iba a poner a "mi ex" pero ¿ex qué? Dentro mío, aún, no es un ex aunque yo lo llame así frente al mundo. Vi a mi amor entonces. Ya les he hablado de él, solapadamente e incluso con nombre y apellido. Hasta hay un post, ya no recuerdo cuál, que incluye la dirección de su blog. Lo cierto es que muchas veces había imaginado este momento, hasta lo había deseado y rediseñado en mi mente más veces de las aconsejables. Siempre me preguntaba cuándo sería el día, cómo iba a ser el momento y tenía perfectamente planeadas las preguntas que íbamos a intercambiar, las que él me iba a hacer, con las respuestas que yo le iba a dar, y las respuestas suyas que no iba a querer oír ("sí, sigo con L." o "no, estoy viendo a otra persona"; sólo en días -o poquísimas noches de optimismo delirante y agónico- un "volvamos, no puedo vivir sin vos").
Pero, como suele suceder, nada aconteció como yo lo había imaginado, soñado y deseado tantas veces a lo largo de ya un año de separación. Nos cruzamos en plena calle, como desconocidos. Borgeanamente tengo que agregar "acaso siempre lo hemos sido, nunca conocemos realmente a nadie". Tengo la impresión de que no me vio, pero quien sabe, tal vez pienso eso para no agregar al impacto de haberlo visto al fin, la duda terrible y ominosa de si me vio y se hizo el tonto o de si me vio y prefirió hacer como que no me veía... No importa. Sólo importa que lo vi y que, malditamente y como no podía ser de otra manera, porque si hubiera sido de otra manera ni siquiera existiría esta página (y las muchas que vendrán para exorcizar este vivo recuerdo, este amor-no amor que se resiste a morir en mí, que quizá ya haya muerto en él, que tal vez nunca estuvo del todo vivo en ninguno de los dos, pero que en mí no acepta, ni aceptará, al parecer, nunca, la derrota), decía que, como no podía ser de otra manera, volví a encontrarlo impertinentemente hermoso, con la misma hermosura demoníaca de siempre, la que tan subyugada me trae desde el momento mismo en que lo conocí, hace ya 13 años.
Y me diréis, queridos leyentes, con toda razón quizá, y a nosotros qué corno nos importan tus encuentros y desencuentros, tus amores y desamores, tus neurosis, tus adicciones, tus padeceres, tus locuras, tus traiciones (porque todo eso representa él para mí y quizá por eso me cuesta tanto dejarlo, dejarlo ir, soltarlo, "let go", como dicen los yanquis), nosotros queremos leer tus curvas y tus desvíos, queremos saber de tu pluma, no de tu corazón... Pero esta vez he decidido romper mis propias estúpidas reglas acerca de lo que cabe y lo que no cabe en un blog y apelar justamente a la parte menos frecuentada de este blog, la de los desvíos, en la que todo, o prácticamente todo, como en la literatura, cabe. Y entonces me permito este excurso sentimental y meláncolico, estas primeras impresiones después de que lo tan deseado sucedió, estos primeros pasos en el inmediato vacío que sucede al deseo (o la plegaria) concedidos.
Porque a eso quería referirme, para darle alguna entidad a este posteo (y basta de justificaciones, lo sé; al fin y al cabo un blog es algo personal; si estos párrafos no son de su agrado, páselos sin más, use con toda libertad el scroll; yo, no puedo dejar de escribirlos y resulta que he decidido escribirlos aquí y no en la sagrada privacidad de mi diario -y no hace falta decir que "log" en inglés es bitácora, diario íntimo, etc.): a la sensación de desamparo y desasimiento que sobreviene una vez que el sueño se cumplió, una vez que tocamos la maravilla. Esa terrible sensación de ¿esto era todo? que también adviene luego de escribir un poema o un cuento o algo que nos venía rondando la cabeza desde hacía mucho tiempo. Y sí, eso era todo. Y ahora no hay más.
Pero no es cierto. Pronto, nuevos deseos, nuevas plegarias, otros sueños, otros rostros poblarán el espíritu y vendrán otros poemas y otros textos. Pero mientras tanto queda este imposible vacío en derredor, esta cuña atravesada en pleno esternón, el corazón primero desbocado y luego reducido a un trapo (el dedo -¿o el inconciente?- se me escapó y puse primero 'a un tropo', lo que no está nada mal: un tropo, una metáfora que se quedó trunca, sin su término de comparación, como dice el poema de Juarroz) mojado y estrujado, a las cenizas más agrias de su combustión, al tizne con el que mañana (o ahora mismo) escribiré algo que nunca será tan bello como esto:

Odio y amo. Tal vez me preguntas por qué lo hago.
No lo sé. Pero advierto que sucede y me atormento.

Catulo, carmen V, siglo I a. C.

Y justo anoche, por esos dibujos insólitos de la "realidad" (pero qué es la realidad...) o por mero capricho del azar (pero qué es el azar...) retomé parcialmente un texto que había comenzado el año pasado, un texto que habla justamente de él y de mí y que es posible que tenga un destino completamente impensado; pero no sólo eso, sino que su música sonó en la aleatoriedad del shuffle (esa maravillosa opción de los reproductores musicales que nos recrea a un disc-jockey de circuitos integrados y silicio, digamos; y cuando digo disc-jockey pienso en Alejandro Pont Lezica, no pienso en Hernán Cattáneo, y sé que eso denota más que cualquier otra cosa mi edad y cuándo y dónde transcurrió mi infancia... en fin) y primero fue, como siempre suele ser con él y con esta relación maligna, la maravilla absoluta, la rendición, la admiración más alucinada, demencial, la que raya en el servilismo, en lo bizarro, en lo enfermizo; era uno de sus solos, simplemente, nada más, uno de sus solos de guitarra, que en su blog se pueden (o se podían, no lo sé) escuchar; pero después fue, igual que en la vida real (pero qué es la vida real para mí... si no esto?), igual que siempre, igual que en el 95, y en el 99, y en el 2001, y en el 2004 y el año pasado, la desolación más absoluta, la desazón, el lento y sostenido desarmarse de mi persona, el licuarse de mi cordura, la sola persistencia del dolor, la rabia, la agonía en su sentido etimológico, que no es meramente morirse (ojalá lo fuera) sino luchar, que eso es el agón, la lucha por la supervivencia, y, por supuesto, el pathos, el padecer gozoso, el masoquismo, bah, el que me impide, justamente, retornar con él; el que me apartó, Dios sabe cómo, porque yo aún no lo sé, de su lado el año pasado, el que me hizo ver que no era justo ni bueno para ninguno de los dos seguir así. Y esto fue porque sonó mi canción. La que él me regaló. La que se titula "Paraíso" y siempre termina precipitándome, sea por una u otra razón (su voz, su guitarra, la circunstancia en que me la regaló, etc.), en la cursilería y en el infierno de su amor. Por eso lo odio y lo amo, como Catulo a Lesbia. Por eso tal vez nunca haya un final, como dice el bolero. Y como dice otro (o quizá el mismo) bolero, "amor entre los dos es un castigo, es querernos para odiarnos...".

Lo mismo que dice Catulo, bah.

1 comentario:

Ella dijo...

Hola!!...soy 'nueva' en el mundo bloggero, y zaz, me topé con esto..WOW.. me has dejado impresionada, y tambien has provocado que recuerde muchas cosas.. Hay cosas que jamás se olvidan, ni se superan.. Todos dicen que estoy muy pequeña para no poder olvidar a un amor, y que seguro alguien mas vendra.. Lo cierto esque he salido con varios, y nadie se asoma.. A todos les falta esa rareza, ese.. ese noseque que hace sentir que jamás va a ser tuyo completamente y que apasiona, si, ya sé, masoquismo..
Bah, me considero fan!!

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