8 de agosto de 2008

La acumulación y la angustia lectora (dos caras de la misma moneda)

Imagino que sucede hasta en las mejores familias. Después de postear sólo imágenes durante la semana anterior y ante la nulidad de futuros posteos que me prometía el inicio de esta semana, me encuentro ahora en la disyuntiva opuesta: tengo tanto material que no sé qué postear primero, qué postear después. Y lo más cómico del caso es que lo que elegí para postear hoy no pertenece a esos materiales que se acumularon en apenas un par de días. Pero quiero compartir este fragmento de texto que he encontrado entre mis suscripciones a los diversos RSS porque da cuenta de algo que me pasa muy seguido y desde hace mucho tiempo: la angustia lectora.
Esto es: la terrible certeza de que no podremos leerlo todo. Ni aunque quisiéramos. Ni aunque viviéramos mil años. Y quién quiere leerlo todo, podría legítimamente preguntarse alguien (¡alguien que no es lector, desde luego!). Yo quiero. O querría. Por lo menos todo lo que valga la pena ser leído (eso excluye, a ojo de buen cubero, el 70 % de lo que se está vendiendo en estos momentos como "novedad" en cualquier librería del mundo). Aún así, restarían parvas y parvas de obras clásicas cuya no lectura implica por lo menos una falencia grave para cualquiera que se llame a sí mismo lector. La Biblia, libro del que ya he hablado aquí, por ejemplo. Las Mil y Una Noches, La Divina Comedia, La cartuja de Parma (bueno, leí Rojo y Negro), la leyenda de Gilgamesh, El señor de los Anillos, La guerra gaucha (sólo por la proeza verbal de que hace gala Lugones merece ser leída), Adán Buenosayres, La muerte en Venecia, El proceso, y la lista de lo que AÚN no he leído podría seguir y seguir...
Y eso que ahora he vuelto a leer, me digo a modo de consuelo. Porque encima me di el lujo de pasar mucho tiempo sin leer ni escribir nada. Ahora que he vuelto a leer a buen ritmo (un libro a la semana, incluso menos, aunque es algo variable) una luz de esperanza renace en mí: no llegaré a leer todo lo que quiero leer, pero aprovecharé al máximo cada lectura que de aquí en más haga. Pero aún así... cómo no sentirme completamente identificada con este comienzo (apuesto a que muchos de ustedes lo estarán tanto como yo):

"Me atormenta la idea de que nunca seré capaz de leer ni la más ínfima cantidad de los libros que me interesan, me consume la certeza de que sólo alcanzaré a poseer una mínima fracción de los libros que han sido publicados, me abruma y mortifica la magnitud de mi desconocimiento, de mi ignorancia. La cuenta es muy sencilla de realizar: si un lector voraz como yo pudiera leer dos libros semanales durante los próximos cuarenta años —suponiendo que las facultades mentales no quedaran de ninguna manera mermadas y que la agudeza visual no necesitara de ninguna clase de soporte o de refuerzo— tendríamos que podría llegar a leer, ni siquiera a releer, unos cuatro mil sesenta libros, una suma ridícula si reparamos en la cantidad desorbitada de libros que se superponen en las librerías, en el continuo rotar de las novedades, por no mencionar la inabarcable producción de los clásicos de todos los siglos precedentes. Yo confieso que asomarme a ese abismo me produce una desazón tan aguda que intento compensarla con una acumulación doblemente desmedida de títulos, en la vana esperanza de que el mero amontonamiento atenúe mi angustia. Quien no padece esta enfermedad no sabe de qué estoy hablando; quien nunca haya perdido el resuello, la orientación y aún el sentido —se le haya nublado la vista y haya padecido un leve mareo— entre las baldas atestadas de una librería, no sabe a qué me refiero; quien no haya sufrido de vértigos o de apneas en el acecho y el asedio silenciosos a un libro, no sabrá de qué sentimiento estoy hablando; quien no haya deseado poseer una biblioteca infinita y una extensión de tiempo paralela para anegarse en las páginas de todos los libros, no debe seguir leyendo estas cuartillas, eso en la improbable contingencia de que hubieran caído en sus manos y hubiera alcanzado a leer hasta este renglón".

El cuento se llama "Lo peor son los autores", el libro Las mujeres que vuelan y el autor, Joaquín Rodríguez, autor además de este excelente blog.
En cuanto a los próximos posteos habrá más mariposas, más poemas curvos, un desvío completamente imprevisto (o eso creo) y más imágenes de curvas y con curvas muy pronto.
Tengan todos un bello fin de semana y cuéntenme qué están leyendo, cuáles son sus deudas literarias ya que yo les confesé algunas de las mías.

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